Bailando En Un Mar Legendario – Novela Capítulo 107

Orion adoptó una postura que indicaba que no era cierto, pero al momento siguiente, perdió toda su energía y se quedó sin palabras, balbuceando. Su actitud mostraba que no sabía cómo responder. Sus ojos azules miraron furtivamente a Kira, pero por alguna razón, parecía que prefería que ella continuara con la discusión, como si esperara que ella lo presionara más.

Sin embargo, Kira no quería ser tan cruel con el hombre atrapado en esa situación. Además, si lo presionaba demasiado, podría encontrar alguna excusa para salir del asunto. Por eso, decidió ser paciente y esperar a que Orión hablara.

La estrategia funcionó. Finalmente, Orión, como un soldado que ondea la bandera blanca, se mostró incómodo y admitió.

—...Sí, es cierto.

Finalmente, la confesión salió a la luz. Como esperaba, este hombre no quería que Kira usara su poder ni estuviera envuelta en nada que esté relacionado con Hipólito. Kira frunció ligeramente el ceño, molesta, mientras que Orión, como si se sintiera aliviado por haber admitido lo que pensaba, contraatacó de manera feroz, como si no pudiera rendirse tan fácilmente.

—Desde el principio, ese tipo de Atenas vino a cazarte. ¿Cómo puedes estar tan feliz con un tipo así?

—¡No estoy feliz! ¿Cómo voy a sentirme feliz con él? ¡Orión, aunque seas un gruñón, siempre me haces sentir muy capaz e inteligente, pero ese hombre me trata como una tonta!

—¿Qué? ¿Ese tipo te llamó tonta?

—¡Exactamente! ¡Y eso me enoja! Además, dice que ni siquiera me enseñaste cómo se hacen los bebes, ¿verdad? ¡Eso ya lo sé sin que tú lo digas!

Kira, contenta de que Orión finalmente se uniera a la pelea, comenzó a contarle todas las quejas que tenía. Sin embargo, Orión, que parecía que se iba a enojar también, de repente se sonrojó y la miró con sorpresa.

—¿Eh...? ¿Lo sabes?

Parecía como si Orión estuviera tambaleando un poco, ¿había estado expuesto demasiado al sol? Mientras Kira se preocupaba por su estado, Orión rápidamente se agachó a su altura y, preocupado, le preguntó con rapidez:

—¿Cómo sabes eso? ¿Fue la anciana o esa mujer de cabello corto la que te lo dijo?

—No, fue la gran sacerdotisa.

—¿De verdad? ¿Esa mujer loca te lo dijo?

—Sí. Artemisa, verás, dice que trata mal a las mujeres que se relacionan con hombres, pero protege a las mujeres que tienen hijos. Dicen que algunas mujeres vienen a rezar para poder quedar embarazadas. Si muestran devoción, Artemisa les concede un hijo.

En ese momento, Kira recordó con amargura su maldición y tocó los cuernos que escondía bajo su paño. Pero de repente, la situación con Orion se volvió aún más extraña. Ella se sorprendió al ver su reacción.

—Orión... ¿estás llorando?

Orión, con una mano tapándose los ojos y la otra apretada en un puño, no mostraba bien su expresión porque tenía la cabeza agachada. Kirs, viendo su actitud, sintió un mal presagio.

—...¿Hice algo mal?

—No... no estás equivocada. Es cierto. Las mujeres hacen esos rituales... lo he oído.

Su tono de voz era el de alguien que suspiraba profundamente, como si el suelo se hubiera hundido debajo de él. Sin embargo, Kira, confiada de que su conocimiento era correcto, no se preocupó mucho por ello. Se sintió algo satisfecha y habló con más confianza.

—Esos rituales son algo que solo las mujeres deben saber. Aunque nunca los he visto, así me lo dijeron.

—No quiero saberlo, lady...

—Es raro. El príncipe también dijo algo similar. Le dije que no podía hacer eso con él, y él también me dijo que no tenía intenciones de hacerlo.

Kira recordó cómo el príncipe, cuando le estaba aplicando ungüento en las heridas, había dicho eso en tono burlón. Realmente, la forma en que la trataba como una tonta le había hecho sentir furia. Si pudiera, le habría dado un gran castigo junto al rey Geroge, pero sabía que un gran castigo significaba algo terrible y no podía hablar tan a la ligera.

Orión, cubriéndose la cara con la mano, se secó la cara rápidamente. Luego murmuró, mirando al suelo.

—¿Eso significa que ese tipo, cuando te llamó tonta, se refería a eso?

—Sí. También te lo dijo a ti. ¡El príncipe es realmente cruel! Siempre trata a los demás con desdén. Por eso, incluso con su madrastra...

Kira se detuvo antes de seguir, al recordar algo que había olvidado. Algo diferente a lo que había recordado antes.

Era justo lo contrario. Fue Fedra quien comenzó a desarrollar sentimientos animales hacia el príncipe. Kira, en ese momento, fue capaz de percibirlo claramente, no había duda. Al darse cuenta de que esos sentimientos también eran suyos y que, por alguna razón, estaban dirigidos al hombre frente a ella, se sintió incómoda y no pudo seguir hablando.

Finalmente, Kira abandonó la conversación y, fingiendo que se levantaba de la roca, se dio la vuelta hacia el campo de flores.

—¿Te gustaría ver las flores? Orión, ¿me harás una nueva corona?

Orión, como si recobrara la compostura, se levantó con dificultad.

Aunque el sol estaba caliente, el campo de flores moradas era hermoso y tranquilo. De vez en cuando, una brisa movía los tallos, produciendo un sonido fresco como el de las olas.

Kira se agachó, protegiéndose del sol con la mano, y miró de cerca las flores. Eran lavandas, dijo Orión. En esta isla, cuando se capturan los insectos nocturnos del verano, queman estas flores. Además, en islas lejanas, se utilizan para hacer perfumes, según lo que Orión le había contado. Al recordar una anécdota sobre el hijo de un vendedor de perfumes, Kira soltó una pequeña risa.

Toqueteó una de las pequeñas flores que colgaban de los tallos. Justo en ese momento, una abeja voló hacia ella y comenzó a recolectar néctar, metiéndose dentro de la flor. Kira observó en silencio al insecto, cuya colita con pelusa resultaba muy adorable. Lo había visto también en Delos. Mientras no las amenazaran, las abejas eran insectos bastante dóciles y permitían que los observaran.

Kira dejó que la abeja siguiera trabajando y miró a su alrededor. Pensó que si recogía algunas flores, probablemente a los demás les gustaría. ¿Qué tan triste sería si la abuela o los pequeños Nikos y Lykos se rascaran por las picaduras de mosquitos? Antes de que eso sucediera, sería mejor quemar algunas plantas repelentes de insectos.

«Aprovechando, también debería lavar la lona para ahuyentar los insectos y arreglar el salón del banquete... Debería consultarlo con Orión antes de dormir...»

Perdiéndose en pensamientos domésticos, Kira de repente se dio cuenta de algo y bajó los hombros, apesadumbrada.

«Últimamente no duermo con Orión.»

No es que dormir con Hatsha fuera algo malo, pero aún sentía la falta de Orión.

Si le pidiera dormir juntos, ¿Orión la rechazaría? Tal vez, con sus ojos agudos de cazador, ya habría descubierto sus pensamientos y estaría evitando ser devorado por ella en medio de la noche. Después de todo, él tenía un instinto natural para evitar a las bestias.

Recordó también la vez en que había declarado que usaría sus poderes libremente. Tal vez esa fuera una de las razones que había confundido aún más a Orión. Pensar en ello hizo que su corazón se sintiera desgarrado, como si se rompiera por dentro.

«No, Orión. No quiero convertirme en una bestia. Quiero seguir siendo humana. Aunque mis poderes fueron dados por Artemisa cuando me maldijo, ¿es tan difícil seguir siendo humana mientras uso mis habilidades?»

En ese momento, había recogido un buen ramo de flores. Aunque solo había elegido las que se estaban marchitando por el sol, aún había logrado reunir una cantidad considerable. Temiendo que se le cayeran, Kira ató el ramo y se dirigió al arroyo para colocar las flores en la silla de montar de Leto.

Orión seguía sentado en la roca, inmerso en la creación de su corona de flores.

—¿Ya has recogido tantas? ¿Vas a ponerlas en un jarrón?

A pesar de no tener ojos en la coronilla, Orión, que había inclinado la cabeza hacia la corona de flores, pareció adivinarlo con sorprendente precisión. Kira se asustó y abrazó el ramo de flores.

—Si las pongo en un jarrón, tendría que cambiarles el agua constantemente. Las recogí para usarlas como repelente de insectos. ¿Tú ya has avanzado tanto en la corona?

—Sí, bueno. Prometí hacerlo, así que debo cumplir.

Orión lo dijo de forma indiferente, pero sus manos se movían rápidamente, tejiendo los tallos de las flores con gran destreza.

Intrigada, Kira se acercó por detrás de él y observó por encima de su hombro. A pesar de que Orión normalmente tenía los dedos gruesos y torpes, en este momento manejaba las flores con más delicadeza que nadie. Evitaba cuidadosamente los pétalos, doblando ligeramente los tallos y entrelazándolos suavemente. A medida que lo hacía, el círculo comenzaba a tomar forma.

Kira no pudo evitar admirar su habilidad. Se acercó aún más a él.

—Lo haces muy bien. ¿Dónde aprendiste a hacer esto?

—¿Quién iba a enseñarme esto? Simplemente lo aprendí haciéndolo.

Orión respondió con su tono habitual. ¿Lo aprendió haciéndolo? ¿Eso significaba que había hecho coronas de flores para alguien más antes? Kira pensó en Merope, la de los cabellos trenzados, y sintió una punzada de incomodidad. Sin embargo, las siguientes palabras de Orión disiparon rápidamente esa preocupación.

—Cuando vivía en el bosque, si me aburría, lo hacía yo solo. Era como una especie de ofrenda. Aunque esa mujer se escapó al mar después de atormentarme tanto, los hijos siempre extrañan a su madre. Pensé que nunca lo volvería a hacer, pero por ti lo he hecho de nuevo.

Este hombre, una vez más, habla de su espantoso pasado con tanta indiferencia. Ahora que ya conocía sus costumbres, Kira no pudo evitar sentirse de nuevo con el corazón roto. ¿Sabría él que cada vez que hablaba de eso la entristecía?

Sin saber cómo transmitirle este sentimiento, Kirq sacó una ramita de lavanda del ramo que tenía en sus manos. Tras pensarlo un momento, la colocó cuidadosamente detrás de su oreja.

Con su cabello negro, la flor morada parecía surgir de repente, dándole un aire peculiar. Orion, mirándola con brusquedad, preguntó.

—¿Qué haces?

—Te estoy halagando, Orión.

Kira, satisfecha con el resultado de su pequeña "decoración", colocó otra ramita detrás de su otra oreja.

—Te agradezco mucho por hacer la corona.

Aún quedaban algunas flores, así que Kira las puso también en el broche de su capa.

—Esto es por haber hecho un buen gesto por tu madre. Es una flor para ti.

Orión, aunque murmuró con tono rudo, no se resistió y permitió que Kira lo decorara, aunque claramente se sentía incómodo. Kira, al ver a este gran hombre adornado con lavandas, no pudo evitar reír. Lo imaginó como un arbusto de bugambilias cubierto de flores delicadas. Pero, de alguna forma, esos detalles le quedaban bien. Finalmente, Kira entendió lo que decían por ahí: un hombre guapo siempre luce bien, no importa lo que haga.

—Oye, Orión.

Dijo Kira de repente, como si ahora pudiera preguntarle algo que le había rondado en la cabeza.

—El príncipe Hipólito, ¿también pasó dificultades por su madre?

—Bueno, claro. La Hipólita amazona era una guerrera formidable. Peleó contra Hércules en su mejor momento. Un tipo de Atenas jamás habría sido rival para ella.

—No me refiero a esa mujer, sino a la madrastra del príncipe. La reina Fedra.

Orión levantó la mirada, sorprendido.

Kira, nerviosa, sintió que se ruborizaba un poco, pero aprovechó que Orión no la miraba directamente. Apretó el ramo de flores con más fuerza y continuó.

—Fedra, al ver al príncipe, parecía... como si quisiera devorarlo.

Orión, confundido, le preguntó:

—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no lo odiaba por ser su hijo adoptivo?

—No, no es eso. Algo más. Cuando lo vio, su rostro se puso rojo, y parecía estar reprimiendo un deseo, como si tuviera hambre de él, como una bestia...

Kira no pudo evitar pensar que esa era la misma mirada que ella misma sentía por Orión en ciertos momentos, pero no se atrevió a decirlo. En su lugar, extendió la mano y, suavemente, tocó el hombro de Orión. Temía que Artemisa pudiera castigarlos por hablar así, así que susurró cerca de su oído:

—Orión... ¿Sabes lo que se siente? ¿Alguna vez has sentido algo así?

De repente, Orión se tensó como si fuera golpeado por un rayo. Se puso rígido, su cuerpo se llenó de prisa, y empujó a Kira de manera brusca, alejándola de él.

—¡Aléjate!

Kira, sorprendida, dio un paso atrás y, en su torpeza, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Aunque la hierba y las flores absorbieron el impacto, una punzada de dolor apareció de repente en la parte posterior de su pierna.

—¡Ayy….!

—¡Maldita sea! ¿estás bien?

Orión, dejando la corona de flores sobre la roca, corrió apresuradamente hacia ella.

Kira, con los ojos empañados por el dolor y las lágrimas, lo vio borroso, pero no pudo evitar notar lo extremadamente desconcertado que estaba.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Había algún insecto?

—No, no… solo me asusté. Lo siento mucho. Es mi culpa por no controlar mi fuerza...

Aunque solo la había empujado ligeramente, Orión se culpaba a sí mismo como si fuera un criminal y se encorvó, observando a Kira cuidadosamente. Parecía estar revisando si había alguna herida.

—Me duele la parte de atrás de la pierna. Siento que me late.

—Es comprensible. El culpable está aquí.

Orion encontró una abeja aplastada entre un montón de hierbas y se la mostró a Kira. Kira rápidamente se secó los ojos con el dorso de la mano y la miró. La abeja, que había caído con valentía, yacía inerte.

Orión la lanzó lejos con disgusto, pero seguía inquieto, como si no pudiera dejar de sentirse culpable.

—Por eso te dije que tuvieras cuidado. Con esa falda, el aguijón atraviesa sin problema. ¿Te duele mucho?

—Sí, duele mucho y está hinchada.

Kira resistió el dolor mientras observaba cómo Orión se rascaba la cabeza, como si estuviera buscando una solución. Finalmente, con voz grave, dijo.

—Sube la falda, déjame ver.

Traducción: Claire

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