Bailando En Un Mar Legendario – Novela Capítulo 126

Sorprendido por el repentino silencio, Hipólito preguntó: 

—¿Qué pasa?

Kira, confundida, negó rápidamente con la cabeza. 

—Ah, no. No es nada.

—¿Estas segura? No será que te sientes mal, ¿verdad?

Al ver la insistencia de Hipólitos, Kira negó de nuevo con la cabeza. Afortunadamente, pensó, este hombre no puede ver lo que pasa en su corazón. 

—No es eso. Príncipe, ¿por qué no vas a mirar por allá?

El hecho de levantar un poco la voz tuvo efecto. Después de observarla un momento, Hipólito finalmente cedió. Levantó los hombros como si no pudiera hacer nada y se giró hacia el otro lado. Solo cuando Kira se dio cuenta de que la mirada del hombre ya no estaba sobre ella, pudo concentrarse tranquilamente en su propio cuerpo. Justo en ese momento, el dolor en su abdomen volvió a hacerse presente. Kira se quedó sin aliento. 

«No puede ser. No puede ser…»

Artemisa. Por favor, no puede ser que esté comenzando ahora, justo aquí, en un lugar lleno de hombres. Una sensación extrañamente ominosa la envolvía. Aunque no estaba completamente segura, sentía que algo en su vientre se agitaba, como si fuera a perder sangre en cualquier momento.

Entonces, la sensación de presagio creció como una bola de nieve, y Kira se dio cuenta tarde de que algo estaba mal. ¿Por qué no había tomado precauciones si ya había tenido síntomas desde hace varios días? Por supuesto, no estaba acostumbrada a esto. 

Para ella, la bendición de Artemisa era algo que rara vez llegaba, y durante su vida en confinamiento, solo usaba los pañuelos que las sacerdotisas le daban. Incluso después de llegar a Atlántida, su cuerpo no había mostrado señales de ello, por lo que no tenía experiencia en prepararse cuando salía. Además, el dolor en su abdomen, que antes era leve, se volvía más intenso y luego desaparecía, lo que hacía incierto si realmente llegaría o no. Por eso, había creído que hoy pasaría sin problemas.

Hatsha estaba ocupada lavando las tiendas de malla con el resto de los miembros de la familia, y no era algo que pudiera hacer solo confiando en ella. 

«¿Qué hago? No puede ser, ¿verdad?»

Kira, pálida, intentó negar la realidad. No era imposible. A veces, cuando Artemisa se ponía caprichosa, Kira solía engañarse pensando que ya había comenzado. En esos momentos, al verificar, solo encontraba el pañuelo limpio, lo que la hacía sentirse avergonzada. 

Mientras pensaba en eso, de repente se dio cuenta de algo importante y se sobresaltó. 

«¿Realmente hay algún lugar aquí donde pueda verificar?»

Este lugar, que era una biblioteca y un gimnasio, estaba casi completamente destinado a los hombres, por lo que las comodidades para las mujeres eran prácticamente inexistentes. Como las mujeres nobles habían disminuido, era algo inevitable. 

De hecho, era raro que Kira estuviera aquí explorando libremente. No había un lugar como una sala de descanso a la que pudiera ir. Cuanto más pensaba en estas posibilidades, más se daba cuenta de lo peor que podía pasar. Ahora, lo único que podía hacer era rezar. Kira, quien había estado ignorando a Artemisa, volvió a invocar su nombre en su mente y unió sus manos bajo la capa. 

«Artemisa, por favor, dime que esto no es real. Esto es solo una confusión, ¿verdad? No puede ser que todo esté sucediendo de repente.»

Si realmente sucediera… ¡Ah! Era espantoso solo imaginarlo. La túnica de color claro que llevaba puesta, lentamente manchándose de rojo desde el trasero... El olor a sangre que sube desde abajo. Los muslos húmedos, incómodos para caminar, el dolor y la rigidez por todo el cuerpo. 

Sería una vergüenza mortal mostrar todo eso en un lugar lleno de hombres. Kira no quería mostrarle esa situación a nadie, ni siquiera a Hipólito. Si eso sucediera, no podía evitar llorar aquí mismo.

Justo en ese momento, Orión estaba derribando al tercer oponente, golpeando su pierna contra el suelo con fuerza. Kira, que observaba su actuación sin poder animar a nadie y demasiado absorbida en sus propios pensamientos, se sintió aún más miserable. Orión, ¿qué voy a hacer? Él era un incrédulo, ni siquiera oraría con ella.

De repente, mientras se sorprendía de poder admitir su vergüenza solo ante Orión, se dio cuenta de algo en sí misma. En ese momento, Hipólito, que también observaba la escena, de repente habló.

—Lo está haciendo bien. Ese hombre, definitivamente tiene habilidades con los golpes.

No estaba hablando solo. Kira, al darse cuenta de lo que él quería decir, se tensó un poco y, sintiéndose un poco incómoda por el cambio de conversación, rápidamente enderezó su postura y respondió.

—Vaya, el príncipe Hipólito elogia a Orión. Es algo raro, ¿no?

—No pensaste que me vería como alguien tan mezquino que intentaría disminuir las habilidades del oponente, ¿verdad? Yo también he gobernado una región, y sé cómo reconocer el talento de alguien.

Hipólito sonrió sin darse cuenta de los sentimientos de Kira. Al otro lado, Orión se estaba limpiando el sudor de la barbilla y gritaba:

—¡Siguiente!

Kira trató de despejar sus oscuros pensamientos. Hizo un esfuerzo por parecer tranquila mientras respondía a Hipólito.

—¿Y, en comparación con toda Grecia, qué tan bueno es Orión?

—¿Grecia? Eso es ridículo. Si hubiera nacido en la península, habrían hecho un gran esfuerzo por llevárselo a las grandes potencias cercanas al continente. Al ser originario de esta isla tan pequeña, solo lo tratan como un hábil cazador.

Hipólito se acarició la barbilla con interés.

—Entiendo. Si hubiera nacido en la península y hubiera ganado renombre… tal vez hubiera sido general en Egipto o comandante en Fenicia. Si hubiera estado en una península, rodeado de varias naciones, seguramente habría acumulado muchas hazañas.

Para Kira, que recién empezaba a conocer la magnitud de la Atlántida, esas palabras parecían demasiado grandes para comprenderlas del todo. Sin embargo, asintió, entendiendo que Orión definitivamente era una persona destacada.

Hipólito, encontrando eso tierno, continuó.—Señorita Artemisa. Saber que está siendo protegida por alguien así debe darle algo de tranquilidad.

—Te agradezco que lo digas…

—Con ese cuerpo, es ridículo pensar que alguien podría hacerle algo. Aunque, en mi caso, no me afecta.

Estas palabras eran algo crípticas, por lo que Kira trató de presionar a Hipólito para que las aclarara. Sin embargo, antes de que pudiera hablar, Hipólito continuó rápidamente con la siguiente oración.

—Confiado en su habilidad, Tevein no va a llegar lejos si sigue siendo tan torpe. Apuesto a que, pronto, va a terminar con la mandíbula tan hinchada como la mía. A menos que llame a Hércules de Lidia para que lo ayude, no tiene ninguna oportunidad contra su oponente si sigue con su enfoque directo.

Hipólito murmuró algo en voz baja que Kira no alcanzó a oír: 

—Así que si hay una oportunidad de ganar, sería la mía.

Luego, con rapidez, cambió de tema para ocultar lo que acababa de decir.

—Hablando de eso, la regente Saphira, parece que ella no está tan tranquila, a pesar de contar con un guerrero como él a su lado.

Kira, que había estado tan centrada en sus pensamientos respecto al lugar entre sus pierna, no prestó mucha atención a lo que Hipólito había dicho hasta que mencionó a Saphira, lo cual la sorprendió.

Hipólito, feliz de haber llamado su atención, continuó antes de que su mirada se desvaneciera.

—Solo el hecho de haberme usado como moneda de cambio ya dice mucho. Probablemente pensó que, mientras yo estuviera aquí, sería una buena oportunidad para obtener información sobre las fuerzas militares de Atenas. Es una mujer con mirada muy afilada al igual que Partegita, y mi madre también. Siempre he creído que las mujeres involucradas en la política son mucho más temibles que los hombres.

El nombre de Partegita apareció de nuevo. Kira recordó que había oído ese nombre cuando visitó la peluquería. ¿Qué dijo exactamente? Que era la sacerdotisa protectora de Atenas y que, aunque no tenía relevancia, su aspecto era como una maraña de cabello quemado por el calor de un hierro al rojo vivo. Sin embargo, en los recuerdos dolorosos de Hipólito, esa mujer no parecía tener mucha importancia.

De todos modos, al escuchar que la estaban comparando con Saphira, Kira pensó que podía imaginar qué tipo de mujer era. A diferencia de ella, ella debía ser segura, inteligente y una mujer que pudiera hablar tan bien como Hipólito.

Pero Kira no estaba de humor para charlar casualmente con él, atrapada en estos pensamientos. Al orar a Artemisa, sintió que sus oraciones habían sido en vano, tal vez porque la había ignorado durante tanto tiempo y ahora oraba solo por culpa. El dolor en la parte inferior de su abdomen no desaparecía.  Se estaba volviendo más intenso, y ahora incluso podía sentir la sensación pulsante, como si algo estuviera golpeando dentro de ella.

Kira estaba cada vez más pálida, el sudor goteaba por su rostro.  Sintió como si su cuerpo se estuviera calentando.

¿Qué pasaría si le contara esto a Hipólito?  Seguramente le preguntaría amablemente qué le pasaba y tal vez incluso la ayudaría a ocultar su vergüenza. Las guerreras amazonas que esperaban afuera podrían incluso ayudarla también.

Pero ella no podía depender de este hombre.  Ella no quería. Hipólito podría intentar aprovechar la situación, tal vez con algún motivo oculto detrás de su preocupación.

Kira siempre se había sentido incómoda con la naturaleza de Hipólito, como si pudiera arrastrarla a algún lugar oscuro y no deseado.  Si tuviera que confiar su cuerpo a alguien, preferiría que fuera alguien como Orión, cuya oscuridad y profundidad aún brillaban clara y brillantemente.

Ah, Orión.  Orión.  ¿Qué debo hacer?  Si hubiera sabido que esto sucedería, se lo habría dicho a Hatsha de antemano. Esto no parece un dolor pasajero...

 —¡¿A dónde crees que vas?!

En ese momento, Orión gritó con fuerza. A uno de los guardias de élite le dieron un puñetazo directamente en el abdomen. Orión, consciente de los movimientos del brazo izquierdo del guardia, estaba preparado. El puñetazo aterrizó de lleno en su estómago, pero no se inmutó. Su abdomen sólido y tonificado absorbió el golpe y lo rebotó.

No había evitado el golpe a propósito.

Mientras el guardia vacilaba por el dolor en su mano, Orión devolvió el golpe con un puño vendado, golpeando la cara del guardia y luego golpeándolo en el pecho, como para vengarse del golpe anterior en su abdomen.

—¡Siguiente!

El guardia cayó inmediatamente, y Orión miró a su alrededor y gritó en voz alta, como si desafiara a alguien más a pelear con él. Parecía como si estuviera liberando toda su frustración reprimida. El guardia en el suelo escupía sangre.

—¿Eso es todo lo que tienes? ¿Es esto lo mejor que puedes hacer después de tanta jactancia?

Orión parecía estar cada vez más lleno de energía. El sudor manaba de su piel, casi como terracota. Las gotas de sudor que no se habían evaporado recorrieron sus músculos, deslizándose por su abdomen y bajando hasta su ombligo. Se quitó las vendas manchadas de sangre y las reemplazó por otras nuevas. A pesar de haberse enfrentado a varios oponentes, no mostró signos de fatiga ni dolor.

Kira estaba mirando, cautivada. Se sintió extrañamente animada. La violencia brutal que Orión estaba desatando pareció volverse suya, y quedó hipnotizada por la forma en que derribó a los guardias uno por uno.

Fue en ese momento, justo cuando creía que se había olvidado del dolor en su abdomen, que sintió algo extraño…

No había sido una falsa alarma.

Esta vez era real. Realmente real...

Su mente quedó completamente en blanco.

—Espera, ¿señorita Artemisa?

Hipólito extendió la mano, pero Kira reflexivamente apartó su mano. En ese instante, su juicio se nubló y lo único en lo que podía pensar era en alejarse de la situación.

No. No. No puedo. Si la sangre aparece en mi ropa, lo descubrirán. Este es un ritual sólo para mujeres. No sé por qué, pero los hombres nunca deben ver esto. No quería que ningún hombre, especialmente un extraño, supiera lo que estaba pasando con su cuerpo.

Entonces Kira corrió sin dudarlo. Ni siquiera prestó atención a la mirada estupefacta que le dirigió Hipólito mientras ella lo empujaba con una fuerza repentina. Cruzó la puerta de la sala de entrenamiento y salió al pasillo.

No había nadie allí. Su mente en pánico comenzó a calmarse ligeramente.

Rápidamente se le ocurrió un plan.

Las duchas están allí.

Fueron utilizadas por los soldados después del entrenamiento, y dado que los guardias de élite todavía estaban en la sala de entrenamiento, el lugar probablemente estaría vacío. La habitación seguramente estaría cerrada por dentro, dado que era un lugar donde la gente se desnudaba para bañarse.  Podría esconderse allí.

«Lo siento, Orión. ¡La tomaré prestada!»

¿Quién hubiera pensado que la capa que Orión le había confiado sería tan útil en este momento? Su color oscuro funcionaría perfectamente. Si lo colocaba sobre su quitón en capas, podría imitar de alguna manera una falda. Kira no pensó demasiado en cómo lo percibirían los demás. Lo único que le importaba era cubrir las manchas de sangre.  La capa era una excelente herramienta para el trabajo.

Con una decisión tomada, Kira agarró con fuerza la tela y se apresuró hacia las duchas.  Necesitaba esconderse rápidamente.  Necesitaba encargarse de ello y regresar a Orión. Todavía podía oír su voz en sus oídos, advirtiéndole que no se alejara.

Cada vez más desesperada, Kira no lo pensó dos veces y abrió la puerta de la ducha. Y por dentro, sus ojos se encontraron con los de un hombre pelirrojo.

Traducción: Claire

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