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Bailando En Un Mar Legendario – Novela Capítulo 46

Capítulo de novela - 102 párrafos

El soldado asintió ante la pregunta.

—¿No es terrible que una suma sacerdotisa use a las personas de esa manera? Deben haber sido noticias traídas por el informante enviado a ese lugar. 

—Ningún informante puede darse el lujo de compartir información confidencial. ¿Puede que el asunto de Creta sea solo sea un rumor?

—De ninguna manera. Entonces, ¿por qué remaría hasta aquí por su cuenta? No hay señales del barco cretense que lo recogió hace unos días.

Hipólito observó al soldado en silencio. Ojos melancólicos se profundizaron.

Fue solo después de un rato que levantó la mano izquierda e hizo un gesto para que se retirara.

—Lo tendré en cuenta. Debería agradecerte por la información. Sí, pasa por el taller de regreso. Si mencionas mi nombre, obtendrás una nueva espada.

—Oh, eso es demasiado. ¡Solo hice lo que debía! Hipólito es el único príncipe de Atenas. Debería saber todo lo que sucede en sus tierras.

El soldado, incapaz de atreverse a tanto, inclinó la cabeza.

Hipólito, que había estado observando a su discreto oponente, sonrió con amargura y alzó la mirada. Su atención en el techo sostenido por altos pilares y vigas inclinadas.

Este era el almacén de buques de guerra del puerto. Barcos se alineaban de dos en dos y los carneros con ojos de búho se elevaban tan alto como si pudieran atravesar el techo. Los trabajadores encargados de inspeccionar los barcos estaban ocupados yendo de un lado a otro sobre el mástil y el tablero.

—No es gran cosa decir que soy un príncipe. Fui asignado como encargado de un almacén.

—¿Eh? Eso…¿Teseo el Grande realmente descuidaría a su único hijo? El puerto de Pireo es la mismísima puerta de Atenas. A usted se le ha confiado eso. ¿No es esa una gran muestra de confianza? ¿No es así, eh?

El soldado habló generosamente. Hipólito borró su compleja expresión y sonrió.

—Eres bastante bueno halagando a tus superiores, hijo. Está bien, solo toma la espada y vete. Es una orden del príncipe, así que no puedes desobedecerla.

 —¡Oh, sí! ¡Tendré el placer de darme un recorrido por el puerto!

El soldado desapareció de camino al taller mientras reía. Tan pronto como se dio la vuelta, la sonrisa de Hipólito se desvaneció. Pasó una mano sobre el diagrama estructural de un barco extendido sobre su estrecha estación de trabajo.

La noticia que había escuchado seguía perturbando su mente.

La bestia divina de Artemisa.

Él también había oído hablar de ello: Un disturbio en el santuario de Delos provocado por un cazador del mar Egeo, el señor del santuario y la bestia divina que había mantenido confinada, así como la irresistible orden de darle caza y adquirir el estatus de superpotencia como nación.

Hipólito había dejado el palacio hace mucho tiempo y actualmente se encontraba vigilando el puerto, por lo que no pudo escuchar directamente tal proclamación.

Tampoco estaba seguro si su padre Teseo tendría alguna intención de ello. Pero, como siempre, enterarse por otros había sido desalentador. Hipólito se lo esperaba, por lo que no buscó indagar en ello.

¿Confianza? De ninguna manera. Su padre quería mantener a su hijo lo más lejos posible. A veces parecía pensar que su hijo le había robado la juventud.

Después de eso, Atenas estuvo tranquila como de costumbre. En el puerto no circulaban rumores realmente importantes. Hipólito había pensado que ningún país complacería el capricho de ese joven a pesar de ser la encarnación de la luz.

Se había equivocado.

Un país ya se había movido. Creta en el extremo sur, la isla más cercana a la Atlántida entre las fuerzas que podrían estar apuntando a la supremacía de Grecia.

Era una isla que ya había causado conmoción en el pasado. ¿Esta vez tenían la intención de hacerse de una verdadera bestia divina? ¿No como la farsa que ellos habían inventado? ¿Quizás querían recuperar la gloria de esos días durante el reinado de Minos?

Si ese fuera el caso, las noticias no llegarían de esta manera.

Si Creta hubiera codiciado a la bestia divina por su cuenta, el asunto habría quedado allí. Un fracaso total. Una estupidez producida por un ingenuo arranque de emociones. Las noticias llegarían hasta aquellos encargados de asuntos diplomáticos de las demás islas y se convertiría en el tema principal de conversación del palacio real antes de llegar a oídos cotidianos.

Sin embargo, el informante se había apresurado a acudir a Partegita. No a Teseo, el rey de Atenas, sino a la suma sacerdotisa. La sacerdotisa que recibia y redactaba las palabras de la diosa Atenea.

Hipólito recordó los ojos que lo escrutaban venenosamente.

Se la encontraba frecuentemente cuando vivía en el Palacio Real. Siempre había sido educada con el príncipe, pero nunca fue alguien realmente amable.

Tal mujer estaba prestando demasiada atención al intento de los cretenses de hacerse de la bestia divina…

Que inusual.

¿Partegita también estaba apuntado a la bestia divina?

Eso tendría sentido. Ahora, ¿qué hilos había movido Partegida en Creta a través de su madrastra? En los últimos años, los productos cretenses se habían estado reduciendo significativamente en el puerto internacional. Incluso teniendo en cuenta que era invierno, menos de sus barcos llegaban hasta este lugar. La situación del país debía haberse empobrecido drásticamente.

Atenas, por otro lado, era cada vez más próspera. Contaba con varias minas de plata y sus relaciones con países vecinos se habían fortalecido. 

Considerando su situación, no había forma de que Creta se hubiera movido por sí mismo. Hipólito incluso pudo imaginar a Partegita convenciendo a Creta a cambio de dinero.

No es como si sintiera un fuerte sentido del deber como príncipe de Atenas. En este punto de su vida, no tenía intención de recibir elogios por organizar un ataque militar y hacerse de la bestia divina.

Esto se debía únicamente a problemas personales que ocurrieron recientemente.

Compartía el nombre de su madre biológica. Su madre, Hipólita, era la reina de las Amazonas. Sin embargo, muy pocas veces vio su rostro debido a que servía como monarca de esas tierras.

Su padre, Teseo, tenía la costumbre de resolver conflictos utilizando a las mujeres. Lo hizo tanto con Ariadna como con Hipólita.

Durante el conflicto entre Atenas y las Amazonas, Teseo se acostó con Hipólita. Dado que los monarcas de ambos lados eran del sexo opuesto, su plan para resolver el problema fue tomar a un niño engendrado como su rehén. Si daba a luz una hija, se llamaría Tesea y se convertiría en una hija de las amazonas. Si tuviera un hijo, lo llamaría Hipólito y Atenas lo criaría.

Su nacimiento no fue producto del amor, sino de un plan estratégico. Un niño con sangre barbarica nunca sería bienvenido, incluso si era descendiente consanguíneo de la familia real. Después de llegar su madrastra de Creta, moverse por el palacio fue aún más problemático.

En su situación, la mejor forma de sobrevivir fue pasando desapercibido. Tuvo que acurrucarse lo más silenciosamente posible en una esquina para demostrar así que ni tenía  ambiciones por el trono ni se convertiría en una amenaza.

Así que Hipólito no desobedecía. Siempre fue obediente incluso cuando se le ordenó proteger el puerto. Y aunque sabía de antemano que estaba destinado a ser expulsado del Palacio, no lo demostró ni se quejó.

Así es como había estado viviendo.

«Las estaciones cambian, pero sigue llegando una brisa fresca de todas las direcciones…»

No hace mucho tiempo, llegó una visitante de la Amazonía.

Dijo que tenía un problema que quería tratar con cautela. Le fue difícil responder de inmediato, así que pidió unos días para pensarlo.

Hipólito finalmente se decidió. Saludó y conversó un poco con los trabajadores antes de salir del almacén. Entonces llamó a un mensajero para que transmitiera estas palabras.

—Lo lamento, pero necesito ir a la montaña rocosa. Se que estará ocupado cuando la ruta marítima se libere en primavera, así que dile que lo visitaré antes de eso.

No pasó por alto la implicación de que no vería su rostro por el momento. Solo entonces su padre se sentiría aliviado y le permitiría entrar al palacio.

El mensajero dijo que así lo haría y corrió hacia el establo. Hipólito cruzó rápidamente el taller y el astillero. Al entrar en el edificio militar principal, preguntó por la invitada alojada en la posada y ordenó que fuera a su oficina.

Hipólito esperó a que llegara la invitada. Se sentó en su silla acolchada y cerró los ojos mientras su silueta era bañada por los rayos del sol que cruzaban a través de la ventana.

Pudo escuchar como la puerta se abrió y se cerró en un instante. Aquella persona que ingresó dijo.

—Así como estás, realmente te ves como nuestra reina.

Hipólito abrió lentamente ambos párpados. Ojos verde agua captaron la luz del sol y reflejaron un destello dorado.

—¿Dices que me parezco a mi madre?

—Sí. Así es como luce la reina con los ojos cerrados.

La mujer que se había cubierto con una gran capa finalmente reveló su atuendo. Aparecieron prendas con figuras bordadas en telas de colores primarios.

Lo que más destacaba era el atuendo que cubría sus piernas, “pantalones” Parecía una prenda muy alejada del gusto griegos, pero que la favorecía debido a los pliegues que fluían con elegancia. Si la vieran, dirían que era un atuendo de bárbaros.

Hipólito actualmente lucía un típico atuendo ateniense. Cuando vivía en el palacio había escuchado que se parecía un poco a Teseo en su juventud.

—No la conozco apropiadamente.

—Se parecen mucho, su cabello es ligeramente más rizado.

—Pero no será de este gris, el color de las cenizas quemadas.

Hipólito sonrió superficialmente mientras se echaba un corto mechón hacia atrás.

—Antíope, parece que has llegado en el momento adecuado. Han tratado de hacerse de la bestia divina antes de darme cuenta. He sido informado que Creta ha fallado.

Hubo un ligero indicio de sorpresa en las facciones de la mujer llamada Antíope, aunque cambió de expresión rápidamente.

—Como era de esperarse, ¿no te lo dije? Esta sí es una bestia divina criada en el santuario de Delos. Estoy segura de que es codiciada por todos

—Bueno, al menos no por mi parte.

Hipólito enfatizó con una sonrisa. El puerto era un lugar donde las ciudadanos veían focas y exageraban al punto de hacer creer a los demás había sido una sirena. Es por eso que no creía en lo absoluto en la llamada bestia divina.

No había un monstruo más hermoso que ella en este mundo. La belleza que aprovechaba para intentar seducir a los hombres era fascinante. Todas esas palabras sonaban de lo más fofas y exageradas. Tendría que verla por sí mismo para confirmar era real, pero por ahora no podía creerlo.

Antíope alzó las cejas.

—Mientes. Si realmente no tuvieras la más mínima intención, no me habrías llamado aquí. No hagas muecas insinceras. Es lo que más aborrecemos en la Amazonía.

—Lo siento. Si no escondo lo que tengo en mente, no podré deshacerme de mi envidioso padre y mi aterradora madrastra.

Hipólito, que había sido llevado a ese punto, sonrió brillantemente. Tenía la costumbre de disimular con una sonrisa cuanto más acorralado se sentía.

Antíope lo miró de arriba abajo, pero finalmente se arrodilló.

—Lord Hipólito. Se lo preguntaré una vez más, así que considérelo, por favor. Artemisa es una diosa venerada por toda la tribu amazónica. No puede dejar que su poder divino caiga en manos equivocadas. La voluntad de nuestra reina sigue siendo la misma.

Hipólito borró la sonrisa de su rostro. Antíope continuó con entusiasmo.

—¿Tiene alguna intención de seguir la voluntad de su madre y volverse nuestro cazador? De ser así, las Amazonas le brindarán todo su apoyo. La reina también mencionó sentir curiosidad por ver su rostro maduro.

Hipólito sonrió con amargura. Ni siquiera sabía cómo lucía realmente su madre biológica, pero una cosa era segura, no era del tipo con el más mínimo amor maternal. Sintió pena por su oponente, tratando de utilizar cualquier cosa para convencerlo.

Sin embargo, no era cuestión de estar de acuerdo en este momento. Preguntó cuidadosamente, ocultando su frío corazón.

—¿Qué piensa hacer mi madre si voy para allá?

—Por supuesto, te honraremos como un símbolo de las Amazonas. Nadie se atrevería a amenazarnos habiendo un hombre como tú entre nosotras. Me enorgullece el hecho de decir que no tendrás un mejor lugar donde descansar.

—Quieren un bebé.

Hipólito escupió. Antíope respondió con calma.

—El parto es un privilegio para una mujer. También disfrutarás de los privilegios que esto conlleve. Las Amazonas ganarán varias hermanas nacidas con sangre divina. No te preocupes, porque la bestia divina elegirá personalmente al hombre que participará en la ceremonia de matrimonio.

Las mujeres amazónicas tenían relaciones sexuales con varios hombres a la vez, por lo que daban a luz a varios hijos al año. Los varones eran cuidadosamente seleccionados desde una edad temprana y criados como sementales. Si te haces mayor y no puedes desempeñar tu papel, te echarán de inmediato. Desconcertado, Hipólito pensó que era una situación social completamente diferente a la de Atenas.

Tenía una sospecha.

—¿No será que mi madre recordó me había dado a luz mientras buscaba un hombre con quién unir a la bestia divina?

—Estoy segura de que no es así.

Él estaba seguro de lo contrario.

—Apolo de Delos es el problema. Él limitó las islas participantes de la Alianza griega. ¿Qué pasaría si las Amazonas dan un paso adelante e intentan llevarse a la bestia divina? Es muy probable que todos se enteren y busquen armar un alboroto. Atenas y sus aliados tratarían de atacarnos alegando que la potencia extranjera de las Amazonas había intervenido a voluntad propia.

—...Es lo más probable.

—Por favor, Lord Hipólito. Los guerreros amazónicos no le temen a ningún cazador. Piensa en la causa. Eres, para mi disgusto, el único griego en el que podemos confiar.

Antíope alzó la mirada y llamó a Hipólito.

—Por favor, Príncipe Ateniense de sangre Amazónica.

Traducción: Claire

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