Bailando En Un Mar Legendario – Novela Capítulo 59
Capítulo de novela - 122 párrafos
A los criminales condenados al exilio sólo se les permitía llevar consigo mínimas pertenencias y un poco de dinero. Hipólito no fue la excepción.
No, fue tratado peor que cualquier otro criminal. Desde el momento en que se casó con su madrastra, no fue más que un niñato real. Un hombre que había perdido todo sentido del honor y la decencia, sin poder distinguir entre el cielo y la tierra.
Incluso las miradas de los soldados a cargo del convoy eran frías. Susurraban abiertamente entre ellos que esto era algo que no se podía evitar, dado su sangre barbárica. Había heredado la lascividad de las mujeres amazónicas. Incluso los logros de Teseo el Grande habían sido totalmente olvidados…
Hipólito permaneció impasible. Más bien, sonrió al cielo distante.
Lo que sea. Perder esa tierra había sido su decisión. Su madrastra utilizaría esto como excusa para secar sus lágrimas en los brazos de su padre, y su padre sentiría estar cuidando de su madrastra por primera vez en mucho tiempo.
Incluso las posesiones más inocuas se convierten en un desperdicio cuando otros parecen codiciarlas. Sin Hipólito, la familia real ateniense estaría en orden y su matrimonio prosperaría aún más. Con suerte, tendría un medio hermano en poco tiempo.
De ser así, no había futuro para él en Atenas.
Ni siquiera miró hacia atrás a la Montaña Rocosa. Cuando llegó a la frontera nororiental, se separó del convoy tras un breve intercambio de palabras.
A partir de entonces, estuvo completamente solo. Sin dudarlo, Hipólito se alejó por la carretera de la costa en un carruaje tirado por dos caballos.
Poco después apareció un grupo de guerreras amazonas lideradas por Antíope.
A diferencia del convoy anterior, todas eran mujeres. Cada una de ellas montaba un caballo del norte y llevaba flechas y arcos en la espalda, así como pantalones largos bajo sus faldas de cuero.
‘¿No sabes montar a caballo?’
Preguntó Antíope sin rodeos.
Hipólito se sintió interiormente avergonzado por la desafiante pregunta de la mujer. Respondió tratando de no mostrar su ferviente orgullo ateniense.
‘Los atenienses están más familiarizados con los carruajes.’
‘Son geniales para un pequeño estadio peninsular. En cambio, las praderas del norte, nuestro hogar, son tierras donde los caballos respiran libres con nosotros y no tiran de ningún vehículo, así que es mejor que aprendas a montar en el camino.’
Hipólito estuvo de acuerdo y bajó del carruaje. Las guerreras amazonas tomaron el carruaje y lo arrojaron a un lado. Éste cayó sobre un acantilado costero y se volcó, haciéndose pedazos.
Más tarde, un aldeano de la localidad encontró los restos del carruaje y difundió el rumor de que el príncipe exiliado había sido atacado y asesinado por un monstruo marino.
Hipólito no tuvo tiempo como para corregir esos rumores. Montó su caballo y cabalgó diligentemente hacia el norte. Después de viajar sin parar durante más de 15 días, finalmente estuvo cerca de Macedonia.
Las amazonas, un pueblo ecuestre que surgió en algún lugar más allá de las Montañas del Cáucaso, ahora tenían su base en las praderas del noreste después de haberse ido del oeste.
Hipólito miró alrededor del paisaje. Como era de esperar, los pastizales eran interminables. Sus ojos, acostumbrados a las densas ciudades, luchaban por captar la escala del horizonte.
Como pueblo que originalmente vivía como nómada, había caballos y rebaños de ovejas dondequiera que mirara. Tal como se rumoreaba, era un pueblo de mujeres, pues eran mayoría. No ocultaron sus rostros cuando hicieron contacto visual con él, pero se rieron mientras miraban furtivamente a Hipólito, que tenía una apariencia prominente.
También había hombres. Se preguntó si las amazonas mantendrían a sus sementales escondidos en algún lugar, del mismo modo que los atenienses mantenían a sus novias en sus aposentos, pero ese no era el caso. Éstos también parecían realizar trabajos manuales y entrenamiento militar.
Hipólito, que observaba desde la distancia, se sintió un poco incómodo. Había esperado ver un paisaje lleno de muchachos elegantemente vestidos, la antítesis de la sociedad ateniense. En cambio, eran un grupo de hombres cuidadosamente seleccionados, todos los cuales tenían un porte grandioso.
¿Lucían así porque les resultaría imposible manejar el vasto entorno si no contaran con esa contextura física? De hecho, Hipólito tenía una impresión suave, cercana al gusto ateniense. Estaba seguro de que su cuerpo se había fortalecido durante la vida en el puerto, pero ahora que estaba aquí, se sintió realmente insignificante.
‘Aunque sea la tierra de mi madre, sigo siendo un extranjero…’
‘¿Hay algún problema?’
Preguntó Antíope, su guía. Hipólito se apresuró a cambiar de tema.
‘No. Pensé que no habría hombres en un pueblo de mujeres, pero veo que hay bastantes.’
‘Es mala costumbre de otros pueblos decir “hay mujeres” cuando solo hay dos mujeres de diez, y “todas son mujeres” cuando hay cinco de diez. Por eso nos llaman un pueblo de mujeres.’
‘Oh, entonces…’
Se rió amargamente ante lo absurdo de todo esto.
No tenían ningún edificio lujoso como tal. La mayoría vivía en la intemperie, y sólo aquellos de clase alta tenían el privilegio de vivir en tiendas de campaña en el suelo.
Tal como Hipólito, hijo de líderes de dos pueblos.
Hipólito miró hacia la tienda que se alzaba sobre una colina plana. Contaba con innumerables bordados rojos, color que tanto caracterizaba a las amazonas. Numerosos caballos y guerreros rodeaban y custodiaban la zona.
Antíope lo guió al interior. Éste estaba decorado con lujosas alfombras y cortinas que hacían juego, pero las sillas eran troncos con fundas bordadas.
‘Espera aquí. Nuestra Reina llegará pronto.’
Hipólito se quedó a solas. Miró a su alrededor mientras tomaba una botella Kumis, la cual parecía se ofrecía como cortesía para agasajar a los invitados.
Los colores primarios y los bordados le resultaban desconocidos. Le había parecido una buena idea venir hasta aquí para ver a su madre, pero ahora en este lugar, se dio cuenta de que allí también era un extraño. Incluso el sabor del kumis caliente era extraño para su boca acostumbrada al vino.
Cuando dio un paso atrás y se miró a sí mismo, se rió.
«Idiota. ¡Hipólito, hijo de Hipólita! ¿Pensaste que te tratarían de manera especial por aferrarte a la falda de tu madre?»
No pertenecía ni aquí ni allá. Además, ¿no era extraño que buscara los brazos de su madre biológica después de burlarse de su madrastra?
Incluso el propósito por el cual fue llamado a este lugar estaba claro. Su madre sólo buscó a su hijo porque necesitaba un guerrero que atrapara a un monstruo.
No sabía si era correcto considerarla madre a aquella que lo entregó a Atenas nada más nacer.
Entonces se escuchó una fuerte voz desde fuera de la tienda.
‘¡Hipólito, a la descendiente de la Diosa de la guerra, hija de Otrera, saluda a la Reina amazónica!’
Hipólito se sorprendió y dejó su cuenco. Se levantó el telón y apareció frente a él Hipólita. Esta mujer era su madre biológica, la Reina de las Amazonas…
Hipólito la observó rápidamente.
Como era de esperar, tanto sus ojos verdes como su cabello gris fueron rasgos que había heredado de su padre.
Hipolita llevaba un tocado largo y colorido. El fino cabello visible a primera vista era claramente negro. Sus ojos también.
Como monarca, vestía túnicas largas que enfatizaban la ornamentación más que la función. Sus joyas doradas eran prominentes. Si juntabas todo, estaba tan cargada de cosas que fácilmente excedería el peso de una armadura.
Una medalla decorativa en la frente, aretes del tamaño de un puño, un collar lo suficientemente grande como para cubrir todo su pecho, un cinturón de tres capas, pulseras y anillos.
Los rumores eran ciertos: los nómadas llevaban toda su riqueza en el cuerpo. El quitón y la capa que vestía Hipólito ahora parecían un simple trozo de tela.
El hijo estaba sin palabras.
La madre estaba tranquila. Miró hacia abajo con indiferencia, encontró una silla frente a ella y se sentó. Su andar era silencioso, a pesar de todas las joyas de oro sobre ella. No había ninguna criada que la atendiera. Solo estaban madre e hijo.
A diferencia de su hijo, la silla de la madre tenía respaldo y reposabrazos. Hipolita levantó ambos brazos y miró lentamente a la otra persona con ojos que contemplaban únicamente a un subordinado. En lugar de alegrarse por ver a su hijo mayor, llamó fríamente otro nombre.
‘Pentesilia’
‘Adelante. Este es mi Hijo. Muéstrate ante mí.’
Oh, ¿entonces ese era el final de la prueba de paternidad?
Hipólito reprimió una risa. Una joven entró. Pensó de unos siete u ocho años, pero estaba vestida como una típica guerrera amazona.
La niña hizo una reverencia ante él. Hipólita se dirigió esta vez a su hijo.
‘Esta es mi sucesora. Ella será la próxima Reina de las amazonas. No es mi hija. Sin embargo, todas las mujeres amazonas son hermanas, por lo que es como una hermana menor. Si estás dispuesto a trabajar aquí, deberás considerar a esta niña a mi lado.’
El tono de voz era tan seco que parecía como si volara arena. Mientras el hijo asentía, la madre le indicó a la niña que se fuera. La chica rápidamente retrocedió.
Sólo quedaron ellos dos otra vez. Hipólita permaneció inexpresiva. Su voz meramente profesional continuó sin ninguna emoción o afecto.
‘Bueno… has crecido mucho. Gracias por atender mi solicitud y venir hasta el norte. Artemisa era especialmente querida por mi madre, Otrera. Si traes aquí a esa bestia divina te recompensaré generosamente. Te convertiré en un guerrero especial y te permitiré disfrutar de buena fortuna. Hago esa promesa como líder de mi pueblo.’
Sonaba más como si estuviera hablando con un mercenario que con un hijo. A pesar de estar preparado para esto, Hipólito sintió un poco de amargura. Sin embargo, no podía permitirse pensar mucho en ello, así que fue al grano.
‘Reina, ¿puedo preguntarle qué planea hacer cuando traiga a la bestia divina?’
Como la palabra “madre” no le salió fácilmente, utilizó su título oficial. Hipólita arqueó ligeramente las cejas. Estaba claro que no era por el título.
‘Dado que Antíope dijo que aumentaría el número de hermanas que recibirían mi sangre, pensé que las Amazonas necesitaban un sucesor, pero acabas de mostrarme a tu heredera. Entonces, me pregunto si existe alguna razón para correr el riesgo de traer a la bestia divina y hacer que de a luz a un hijo’
En todo caso, eso podría amenazar la posición de la chica. Si ella no era la hija biológica de la Reina, su estatus probablemente se vería eclipsado por el de hija de una bestia divina.
Hipólito pensó por un momento y, sin darse cuenta, bajó la voz preguntando.
‘¿Es que acaso esa chica es una sustituta sólo si es que la situación lo amerita?’
‘Hablas demasiado.’
‘Sí, supongo que es algo que no se puede garantizar hasta tener éxito. Pero si nos pones a mí y a la bestia divina en un solo lugar, nacerá una hija que es descendiente directa de la Reina y que también posee divinidad. Si la razón por la que me mostraste el rostro de tu sucesora fue para despertar un sentido de competencia…’
‘Dije que hablas demasiado. No te atrevas a hablar sobre un tema que no le incumbe a un hombre.’
La madre habló sin siquiera levantar la voz. El hijo se quedó sin palabras. El ateniense quedó momentáneamente impactado por la combinación de palabras que nunca antes había escuchado.
Hipólito se puso de pie mientras la miraba fríamente. Se escuchó su lengua chasquear.
’Si tuviera una hija, nada de esto sería necesario. ¿De qué sirve tener un hijo en primer lugar? Solo es bueno para la hija de otra persona ya que ella no puede producir un descendiente por su cuenta, por lo que necesita de su semilla. ¿Qué te hace pensar puedes compararte con una guerrera amazona?’
Aunque era objetivamente alto y bien formado, Hipólito aceptó la dura evaluación. No podía compararse con los hombres cuidadosamente seleccionados de aquí. Bien podrían arrojarlo a la pradera por no ser digno de regar su semilla si no tuviera parentesco con la Reina.
‘Entonces quieres que me haga de la bestia divina. No es que no me lo esperara, pero ¿realmente vas a preocuparte por la semilla de tu hijo?’
‘No fui bendecida con más hijos, por lo que no puedo evitarlo. Afortunadamente, tu rostro es al menos aceptable, así que si llamas, la puerta se abrirá. No te preocupes por el matrimonio. Si puedes ganarte el favor de la gente, los demás no se atreverán a decir nada.’
Vaya, eso era algo que nunca oiría en Atenas.
‘Parece que tienes gran confianza en la condición física de tu hijo.’
‘La bestia divina en sí fue una variable inesperada para mí. Si tu semilla falla, Pentesilia será mi heredera como estaba previsto. ¿O es que hay alguna mujer ateniense dispuesta a dar a luz a tu hija?’
La madre preguntó.
El hijo permaneció en silencio, su orgullo herido. Si hubiera estado en el palacio todo el tiempo, podría existir una, pero ahora era solo un príncipe mestizo en la trastienda. A menudo había mujeres que insinuaban tener una aventura de una noche, pero ninguna quería casarse. Se había sentido desilusionado, por lo que guardó ferozmente su virginidad.
La madre levantó la mandíbula de su hijo como si lo supiera. Sus ojos eran tan fríos como el aire del norte.
‘Escucha, hijo que recibió mi nombre. Las amazonas no tienen tierra donde asentarse, por lo que no tenemos raíces. De lo único que estamos seguras es de la madre que nos permitió nacer. Somos originarias del este, pero nos faltaban fuerzas para cruzar el desierto y luchar contra los Huaxia. Viajamos hacia el oeste para reclamar la península, pero Teseo nos mantuvo al margen. Como reina y líder de este pueblo, necesito desesperadamente un lugar donde plantar las raíces de mi tribu.’
Ella agitó la barbilla de Hipólito.
‘Una vez que obtengas a la bestia divina, la moral de nuestras guerreras aumentará. Con un heredero de sangre, no sería impensable apoderarnos de esta región. Oí que estabas teniendo dificultades para moverte por Atenas, así que te he tomado bajo mi protección para ayudarte. Si lo haces bien, no habrá ningún problema, pero debes concentrarte primero en traer aquí a la bestia divina.’
Hipólito sonrió amargamente.
‘Así que, si seduzco a la bestia divina y te doy un nieto, él me garantizará una vida cómoda.’
‘Tiene que ser una hija. Ya que vivirás en este reino, tendrás que abandonar las costumbres que aprendiste en Atenas.’
‘¿No sospechas de mí? Por ejemplo…’
Hipólito se abalanzó sobre ella, alfiler en mano. Tiró de su largo cabello, haciéndola perder el equilibrio y luego la agarró del brazo.
Un alfiler de cobre fue colocado bajo la barbilla de la Reina.
‘¿Quizás mi padre me instó a frustrar los planes de mi madre y he venido a dar un buen ejemplo?’
No podía creer que usara la palabra "madre" para referirse a ella en un momento como ese. Hipólito sonrió amargamente.
Hipólita lo observó inexpresivamente, entonces su brazo se zadó de su agarre rápidamente, derribó el alfiler con sus pulseras y golpeó con todas sus fuerzas la oreja de su hijo con la mano opuesta. Entonces lo agarró por la nuca y lo arrojó al suelo.
Hipólito, que se golpeó la frente con la alfombra, quedó estupefacto por un momento. Supo que era una excelente guerrera cuando vio que se movía en silencio a pesar de portar tantos adornos de oro, pero esto…
En ese momento, algo frío tocó su nuca. Era un alfiler decorativo en su cinturón. Inclinándose, Hipólita dejó caer su cabello rizado similar al de su hijo.
‘Veo que también has heredado de ese hombre el hábito de alardear. Si quieres intentarlo, hazlo. Las Amazonas sin tierra sólo pueden ser vencidas derrotando a su líder. Pero ni siquiera el hombre que se convertiría en tu padre pudo derrotarme, así que se acercó a mí como hombre. Era joven en ese entonces, y acepté esperando tener una hija de su talla…’
Hipólito torció su cuerpo y escapó. La mujer frente a él arregló su apariencia con indiferencia.
‘Como puedes ver, tengo un hijo inútil, y si Apolo de Delos se levanta contra mí en el futuro, podré tratar con él. Eres un simple hombre y harás todo lo posible para servirme.’
Salió de la tienda y le pidió a Antíope que lo apoyara con su vida. Teniendo en cuenta que no puso ninguna condición a Antíope, parecía que la promesa de apoyarlo en su totalidad no había sido sólo palabrería.
Hipólito se quedó solo en la fría tienda.
Cuando pensó en ese encuentro, todo lo que pudo hacer fue reír.
No había tenido ninguna expectativa. Si su intención hubiera sido encontrarlo, lo habría hecho hacía mucho tiempo. Solo lo había traído hasta aquí porque le convenía. Pensó haber repetido ese pensamiento cientos de veces en su cabeza antes de llegar a ese lugar.
De ninguna manera, en realidad… ¿es que había querido escuchar a su madre suplicar perdón? ¿Decir que realmente lo necesitaba?
Esa ilusión se hizo añicos sin lugar a dudas. Aunque su madre aumentó sus posibilidades de supervivencia, veía a los hombres únicamente como sementales, incluido su propio hijo. Fantástico. Un monstruo con cuernos con el cuerpo de una mujer. Hipólito hundió la cabeza y rió amargamente. Sin embargo, pronto se recompuso y se puso de pie.
Ahora que había llegado tan lejos no podía dar marcha atrás. Su vida era como una boya y quería ver hasta dónde lo llevaría.
Hipólito entrecerró los ojos. Podía ver tierra a lo lejos, blanco y negro en el horizonte. Después de medir la dirección del sol y el mapa, se volvió hacia Antíope detrás de él.
—La Atlántida. Hemos llegado sanos y salvos.
—¿Cómo entramos? Las Amazonas no están familiarizadas con el mar, así que seguiré tu plan.
—Mmh… Escuché que el mar interior está bloqueado por una compuerta. ¿Qué tal desembarcar primero en mar abierto? No debería ser difícil hacernos de una aldea remota con nuestras habilidades amazónicas, ¿verdad?
Antíope asintió y transmitió la orden. Hipólito contempló la tierra atlante mientras era alcanzado por la brisa del mar.
Un monstruo hermoso y un cazador de gigantes.
Bien. Finalmente habían llegado hasta aquí. Era momento de intentarlo. ¿Será que podría corresponder a la gracia celestial de su madre…?
Traducción: Claire
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