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Bailando En Un Mar Legendario – Novela Capítulo 63

Capítulo de novela - 108 párrafos

Capítulo 63

Sobre la hoguera colgaba un caldero redondo. Un pulpo cayó en el agua hirviendo. Las ocho patas que se retorcieron y se aferraron a la olla pronto se hundieron impotentes.

Unos minutos más tarde, una mujer recogió el pulpo cocido con un cucharón. Cortó los tentáculos, las salaó, las roció con aceite de oliva y el plato estuvo listo.

La mujer rápidamente subió la colina. Le ofreció el plato a un hombre con un traje extraño de pie con los brazos cruzados.

—Es una comida simple, pero muy buena. Puedes llenar tu estómago con esto.

Hipólito, mirando colina abajo, volvió la cabeza. La seriedad en sus ojos desapareció y una sonrisa adornó su rostro.

—Vaya, esto parece un pulpo recién pescado. ¿Lo cocinaste por mí? Estoy tan conmovido.

—B-Bueno, se acerca el anochecer y no parece que tengas qué cenar...

—Jajaja vinimos en un gran barco pero no trajimos provisiones. Me las habría arreglado yo mismo cuando llegara el momento.

Después de recibir el plato, se inclinó cortésmente.

—Gracias de todos modos. La Atlántida es una tierra muy hospitalaria, y cómo te debo un favor después de todos los problemas que te he ocasionado, lo aceptaré.

—No, no. Creo que es bastante lamentable que te quedes en un lugar como este dada tu noble familia…

—Bueno, tomaré esto y regresaré al trabajo. Por cierto, ¿No tienes que cenar antes de que se ponga el sol?

—Ah, sí. Disfruta de tu comida.

Sonrojándose, la mujer se revolvió el largo cabello y se apresuró colina abajo. Hipólito sonrió y se despidió con la mano hasta que estuvo lo suficientemente lejos.

No pasó mucho tiempo antes de que la distancia fuera lo suficientemente amplia como para estar seguros de que la mujer no volvería a subir. Miró el plato inexpresivamente y se metió un tentáculo del pulpo en la boca. Dijo mientras masticaba pacientemente la carne ligeramente dura.

—Vaya, para ser un bárbaro medio armado este rostro funciona bastante bien. Me pregunto si funcionará igual de bien con la bestia divina. ¿Qué opinas, Antíope?

—Realmente tienes la costumbre de ser petulante. ¿Cómo puedes decir algo así?

Antíope preguntó con incredulidad. Hipólito sonrió y dio otro mordisco al pulpo.

—Bueno, ¿no estoy renunciando ya a mi cuerpo con tal de ganarme una oportunidad para sobrevivir? Tengo que ser objetivo acerca de mis condiciones para ganarme una vida cómoda en el futuro. Piénsalo. Si mi fisonomía madura no hubiera sido buena en primer lugar, ¿mi madre habría hecho un plan tan elaborado?

Antíope pensó por un momento y respondió con firmeza.

—Es lo que es. ¿Quieres un poco?

—Comeré pescado a la parrilla, pero hazme un favor y termina eso rápido. El olor por sí solo es muy desagradable.

Disgustada, amplió la distancia. A Hipólito le pareció divertido que una mujer de su edad se retorciera con tanta seriedad.

—No importa lo desconocida que sea el agua para Las Amazonas, ¿no comen pulpo?

—Más bien soy yo a la que le gustaría preguntarte, ¿cómo es que los griegos comen estas cosas con tanta facilidad?

Antíope frunció el ceño abiertamente y miró hacia el campo arenoso al pie de la colina. La playa era tan empinada que casi parecía el fondo de un acantilado. El surtido del muelle estaba ocupado en su mayor parte por el barco en el que habían llegado. Los barcos pesqueros de los lugareños se balanceaban a lo lejos.

—Es una bestia siniestra, maldita por los Dioses con una estructura deshuesada. No me gustaría comer tal cosa, incluso si eso significara morir de hambre.

—A mí no me gusta el hígado crudo a diferencia de tí, pero aún así me lo comí, ¿no? El pulpo es tan delicioso que sería un desperdicio no comerlo. Incluso su pariente más cercano, el calamar, es bastante...

—No sé cuál es el sabor de los animales marinos. ¿Comen estrellas de mar?

Casualmente y por alguna extraña razón, algunas estrellas de mar se habían secado en esta colina. Hipólito las miró y rió.

—No, no se comen las estrellas de mar.

—Es un alivio.

Antíope respondió en tono sincero. También parecía un poco hambrienta. Entonces sacó carne seca de su bolsa de cuero y la masticó.  Sus fuertes pómulos y su barbilla sobresalían bajo su larga cola de caballo. Esta era la postura típica de una jinete guerrera.

Hipólito la observó fríamente con una sonrisa en el rostro.

«Cuanto más la veo, más la entiendo. Honesta al extremo, leal a una misión. Por otro lado, odia cuando le esconden las cosas.»

Había llegado a una isla del sur tan distante. 

Para planificar el futuro, era necesario comprenderse no sólo a sí mismo sino también a aquellos a su alrededor.

«Bueno… parece más persona que mi madre. Además, no es la peor teniente.»

Antíope era la mujer de confianza de la Reina Hipólita desde que era joven. Se decía que eran como hermanas de verdad y que en su mejor momento, habían luchado juntas en el campo de batalla.

Por lo tanto, fue a ella a quien se le encomendó la tarea de traer de vuelta al hijo de la Reina y también que lo acompañara en esta caza de bestias divinas.

Hasta ahora, Antíope había obedecido casi por completo las órdenes de Hipólito. Cumplió con lo que se le había ordenado, como encargarse de trasladarlos a una zona marítima cercana, organizar un barco y asignar la tripulación que partiría con ellos.

Sin embargo, esto se debía únicamente a que las amazonas no estaban familiarizadas con las actividades marítimas. No sabía qué sería de Hipólito después de que estuvieran en tierra firme. Existía la posibilidad de que simplemente se convirtiera en una bandera de camuflaje para las amazonas.

Aunque no lo dijo en voz alta, probablemente a Antíope le habían ordenado que lo vigilara de cerca.

«Hmm. Me pregunto cuál fue la orden específica: ¿matarme si fallara en la búsqueda de la bestia divina?»

Hipólito pensó mientras masticaba el pulpo.

Era una orden que iba acorde con la naturaleza de su madre.

Antes de abandonar a las Amazonas, ella le había prometido que le proporcionaría lo suficiente para sobrevivir incluso si fracasaba en la caza, pero no podía confiar completamente en ella, porque para ella, Hipólito no valía nada a menos que pueda plantar sus descendientes en la bestia divina.

«Tal vez piense que el hecho de que yo tenga raíces atenienses no haría más que perturbar la disciplina de la tribu. Además, de ser el caso, ella no evitaría fuera capturado por los atenienses. Ya fuera mi padre o ella, siempre fui un hijo al que no podían salvar ni matar.»

Desde su nacimiento, fue un regalo de intercambio para mantener la amistad, por lo que si el poder nacional de ambos lados no estuviera equilibrado, la situación se volvería realmente feroz.

En cualquier caso, Hipólito ahora tenía un solo propósito: encontrar a la bestia divina. Ella había asumido la carga de traer a su hijo, con quien le era difícil tratar, únicamente para este fin. No tenía sentido dejarlo vivir si no fuera por las razones correctas.

«No quiero morir, así que tomaré lo que pueda conseguir de las Amazonas, y no me quedaré de brazos cruzados...»

Hipólito miró a Antíope e imaginó lo peor que podría pasar. Si se presentara la situación, ¿sería posible matar a todos las guerreras? Sería difícil hacerlo solo, así que lo único en lo que podía confiar era en su astucia...  

Antíope reaccionó con sensibilidad, como si hubiera notado los ojos del hombre.

—¿Qué estás pensando?

Hipólito se rió, ocultando sus verdaderos sentimientos.

—Gracias a la cooperación de las guerreras amazonas, la ocupación de la aldea se completó con éxito. Pensé por un momento en qué hacer a partir de ahora.

—Eso es justo lo que te iba a preguntar. ¿Por qué enviaste de vuelta al bardo que vino a cantar?

Antíoco miró a su alrededor, hacia el pueblo de abajo. Los callejones excavados en la ladera estaban repletos de nichos. Enlucidas y equipadas con puertas, era como vivir bajo tierra. Incluso la rica nación de la Atlántida, las aldeas pobres y remotas lucían de esta manera.

Entonces ocuparon la isla, pero en realidad no había sido la gran cosa. Cada una se armó, intercambiaron algunas palabras y pronto tomaron el control de este lugar. Teniendo en cuenta que sólo habían siete guerreras a bordo, había sido tan fácil que resultó frustrante.

¿Qué tenía en mente Hipólito al utilizar este lugar como puesto de avance?

Aparentemente, esta era la dirección opuesta a la ciudad donde residía la bestia divina. La isla interior estaba situada al sur del mar interior, por lo que estaban lejos de allí. Dado que el pulpo era la mayor cosecha en los caladeros de aldeas remotas, era difícil asegurar el suministro.

Si ahora pescaban, las galeras de la Atlántida llegarían desde el otro lado del mar y les darían caza. Incluso sin saber mucho sobre el mar, Antíope entendió que éste había sido un fracaso inesperado.

Pero ella acaba de llegar y estaba tolerando el hecho de que él estaba familiarizado con el mar, además de que era clave en la caza. Si la situación hubiera sido diferente, Antíope se habría arriesgado a lo peor.

Hipólito dijo mientras hurgaba entre los tentáculos desmenuzados del pulpo.

—Bueno, ¿qué sentido habría tenido retenerlo a la fuerza? Los residentes no habrían cooperado bien. Además, vamos a tener que adaptarnos al clima por un tiempo, incluidos los caballos.

Antíope miró hacia el campo arenoso ante esas palabras. Otros estaban sacando los caballos del barco.

Habían tenido problemas con ellos en el camino hasta aquí. Los caballos, temerosos del balanceo del barco, relinchaban asustados. Toda la partida de guerra amazónica había luchado por controlar a sus caballos.

Incluso eso se resolvió con la ayuda de este hombre. Hizo que los caballos y sus dueños caminaran juntos por la cubierta, y eso por sí solo tuvo un efecto significativo. Cuando el caballo veía agua, naturalmente se calmaba.

Antíope sonrió irónicamente al recordar aquello.

—Para las Amazonas, los caballos y los arcos son bienes indispensables. Algunas personas no son algo torpes marchando a pie, así que no tenemos otra opción.

—Ya veo. No tiene sentido causar intencionalmente un conflicto en estas circunstancias. Disfrutemos nuestra estancia.

Hipólito eligió el trozo de carne que parecía menos duro y se lo llevó a la boca. Antíope preguntó con curiosidad.

—¿Quieres decir que no vas a pelear mientras cazas a la bestia divina? Nunca se sabe cuándo vendrá el ejército atlante aquí y se enfrenten con…

—Así es, sólo estoy esperando que vengan.

La voz de Antíope se volvió áspera rápidamente. Hipólito continuó hablando, sintiéndose afortunado de que ésta podía comprender fácilmente sus pensamientos.

—Por supuesto, conozco las tácticas del Amazonas. Fijan un objetivo y luego se callan, cargan, queman hasta los cimientos y huyen repetidamente. Escuché eso fue lo que había hecho mi madre en el pasado cuando apuntaba el área de la cuenca del Ática.

—La ventaja de las Amazonas es su movilidad. Dicen que una mujer puede ser superada en el cuerpo a cuerpo por un hombre, pero cuando ésta está en contacto con su caballo, eso no es un problema.

—Sí. Estoy seguro de que esa es la razón por la que trajiste esa manada de caballos, pensando que una vez que pisotearas al cazador gigante que la cuida con tus cascos y le arrebataras a la bestia divina, todo terminaría rápidamente.

Antíope se tragó sus palabras y su expresión cambió en una que parecía insinuar querer escuchar más. Tenía razón.

Aburrido del pulpo, Hipólito tiró el contenido de su plato.

—Pero pensemos en ello: aquello se da en una típica guerra terrestre en tierras planas. Bueno, son tan móviles que deben haber podido defenderse en terreno montañoso. Pero, ¿qué fue lo que pasó aquella vez que mi madre quiso poner un pie en Atenas?

Antíope no se atrevió a decirlo debido a su deslumbrante sonrisa. En ese momento, ella e Hippolyte habían fracasado. Causaron daños importantes a la línea de defensa de Teseo, pero no lograron penetrarla.

Este hombre era el resultado de esa época

—No me malinterpretes. Por supuesto, mi madre es una heroína poco común de todos los tiempos. Incluso la Reina afirma ser descendiente del dios de la guerra Ares, y ninguno de los miembros de la alianza griega puede discutir eso, ni siquiera Esparta, que adora a Ares como su dios.

Las Amazonas alguna vez fueron una de las muchas tribus de Asia. La situación cambió cuando Hipólita ascendió al puesto de Reina cuando era solo una adolescente. En apenas unos años logró avanzar hacia el oeste y estableció su actual esfera de influencia.

Y aunque sus planes inciertos recibían mucho apoyo, no hubo voces internas de oposición. Esto es sin duda el resultado de su absoluto carisma

—Pero incluso ella tiene un límite en lo que respecta a su técnica de montar. En ese caso, es preferible esperar a que la Atlántida venga a nosotros.

Hipólito le explicó un poco más a Antíope, que todavía se mostraba escéptica

—Mira, esta isla no se parece a ninguna otra. Es una fortaleza en el cielo. A menos que pases a través de la compuerta al suroeste de las islas exteriores hacia los mares interiores, hay playas limitadas para los barcos. Son todas acantilados.

Las guerreras y sus caballos estaban exhaustos después ​​de cruzar el océano, y las lanchas patrulleras que iban y venían por las aguas cercanas también eran un obstáculo. Este fue el único lugar que pudieron encontrar.  Después de todo, era un punto en el norte que estaba casi directamente opuesto a la bestia divina.

Levantó una estrella de mar que se había secado en el suelo.

—Esto es lo mismo. Hay tantas criaturas aquí arriba que deberían estar en la playa. Prueba de que alguna vez estuvo bajo el agua.

Parecía que Antíope apenas podía entender.

—Pensé que alguien las había dejado caer mientras se las llevaba en una canasta.

—Te lo dije, no se comen las estrellas de mar. ¿Por qué atraparías un montón de ellas si no fueras a comértelas? Además, ésta parece bastante vieja teniendo en cuenta lo seca que está, ¿no lo crees?

—Tienes razón, ahora que lo pienso, es curioso. Me pregunto si Poseidón jugó un papel en ello.

Hipólito miró hacia el área detrás de la colina.

—Bueno, no lo sé. Cualquiera que sea el Dios detrás de esto… para una tierra que ha experimentado tantos cambios, el terreno en su interior debe ser bastante complicado.

Pensó en una isla costera que había visitado en ocasiones durante su época como guardia del puerto. Se llamaba Egina y, como ésta, era volcánica. El terreno aquí sería igual de desafiante, si sus observaciones eran acertadas.

Cuanto te adentres en ella, más variables inesperadas encontrarás. Aunque investigó un poco con antelación antes de llegar hasta este lugar, el entorno natural era más peligroso de lo que había imaginado.

Y lo que era más problemático, más allá del terreno complicado, era el hecho de que había un cazador de primer nivel nacido y criado en estas islas atlantes quien se encontraba a lado de la bestia divina.

Así que una operación sorpresa les jugaría en contra. Lejos de alardear de la movilidad de las Amazonas, era más probable que los caballos se convirtieran en grandes objetivos.

Simplemente apresurarse no era la solución.

Asimismo, cuando se trataba de asegurar a la bestia divina, el saqueo no era la única solución.

Hipólito se burló de sí mismo por pensar en su situación incluso en este momento.

«Déjame decirlo de esta manera, puedo tomar la iniciativa en tierra.»

Traducción: Claire

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