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Bailando En Un Mar Legendario – Novela Capítulo 84

Capítulo de novela - 100 párrafos

Kira tuvo una sensación inquietante. Si dejaba las cosas como estaban, probablemente acabaría caminando entre los dos hombres que seguían gruñendo, observando de reojo mientras avanzaba. Para cortar de raíz la discusión, decidió gritar con firmeza.

—¡Lo que haga con mi cabeza es asunto mío! Lo que quiero es comprar rápidamente algo con qué cubrirme.

Luego, agregó unas palabras para Hipólito.

—Yo... príncipe, te agradezco tu preocupación. Pero la verdad es que no quiero andar por la calle mostrando mis cuernos. Prefiero pasar desapercibida. Me da vergüenza que alguien me reconozca y se acerque a hablarme.

Al escuchar esto, Hipólito apretó los labios. La sonrisa que había mantenido tan constante como una máscara comenzó a desvanecerse lentamente, hasta desaparecer por completo poco después.

Kira, al observar este cambio, sintió algo extraño. Esa incomodidad que siempre había sentido hacia él, como si en su interior las aguas del mar tuvieran temperaturas radicalmente diferentes, parecía finalmente equilibrarse.

Hipólito, aprovechando que Orión se adelantaba, se acercó a Kira y le susurró en voz baja.

—Estás perdiendo el tiempo con pensamientos inútiles. Por mucho que intentes ocultarlo, no puedes hacer desaparecer algo tan distintivo como tus cuernos. Te seguirán toda la vida, pegados a ti, como un amigo con quien tienes problemas, al que no puedes abandonar, pero al que tienes que fingir que te llevas bien frente a los demás.

—¿Qué estás diciendo de repente?

—Te digo que, según mi experiencia, la mejor forma de reducir las críticas es aceptarlo. Espero que veas tus cuernos de esa manera.

Sus palabras le sonaron parecidas a lo que Orión había dicho antes sobre las cicatrices. Pero después de reflexionar un poco, Kira se dio cuenta de que Hipólito en realidad estaba diciendo algo completamente diferente.

Hipólito no era como Orión, que era indiferente a las cicatrices. Él había utilizado la palabra “amigo”, lo que implicaba una mayor conciencia de las características que sobresalen y cómo los demás las ven.

Kiea, sintiéndose de repente algo sorprendida, miró hacia arriba y observó a Hipólito. La mezcla de sangre del norte en su rostro exótico, junto con la ropa tradicional de la Amazonía, llamaron su atención.

Gracias a esto, él seguía siendo una figura llamativa. Ya de por sí, era un hombre guapo, y su rostro era lo suficientemente atractivo como para que la gente lo mirara dos veces.

Kira, con algo de resistencia, respondió.

—No me gusta que la gente se fije solo en mis cuernos.

—Eso es pedir demasiado. Aunque a nadie le guste, no pueden evitar ver tus cuernos. Es algo natural, y probablemente la mayoría ni siquiera se dé cuenta de que lo están mirando. Es como cuando tú, de vez en cuando, de alguna forma, eres incapaz de ocultar lo que te hace especial.

—Aceptar la realidad y dejarse llevar por las miradas es mucho más fácil para personas como nosotros.

El tono de Hipólito era sereno y tranquilo, sin expresión alguna. Y hablaba de manera fluida, como un filósofo que lanzaba palabras enigmáticas.

Kira reflexionó sobre lo que había dicho, pero pronto dejó de darle vueltas y lo olvidó. Le dolía la cabeza solo con el flujo de pensamientos ajenos. Para alguien como ella, con una naturaleza especial, no necesitaba teorías complicadas, sino respuestas claras.

En ese sentido, Hipólito le resultaba difícil, complejo, suave, pero con un tipo de fluir que, aunque atraía, pronto desaparecía a lo lejos.

Por eso, Kira decidió apartar sus palabras de su mente y concentrarse solo en abrirse paso por el callejón, sin responder a nada.

Cuando no hubo ninguna respuesta de su parte, Hipólito, que la seguía, intentó mirar su rostro. Sin embargo, después de un rato, desistió y miró hacia adelante.

—Pero si te empeñas en no ceder y el clima de esta isla del sur te atormenta, hoy seré yo quien ceda. Y te recomendaré con todas mis fuerzas lo que me gusta.

Hipólito cumplió su palabra. Y cuando Kira pasó por la tienda de antigüedades, se cansó de las interminables discusiones.

Era él, pero también Orión, quien no dejaba de responder a todo con la misma falta de tacto. ¿Por qué no podían simplemente ponerle algo, sin complicarse tanto? ¿Por qué los dos insistían tanto en que no se decidiera por una cosa u otra?

—Me gusta el blanco.

—¿Qué tal el dorado?

—Tú siempre dices que lo recargado te resulta incómodo. Pero recuerdo que te gustan esos pequeños estampados florales.

—Si vamos a comprar algo, mejor que sea algo que imponga. ¿Nunca has oído que la ropa puede cambiar a una persona?

Los dos hombres, tan diferentes en apariencia, también tenían opiniones muy distintas, pero ambos eran igualmente tercos. No podían ponerse de acuerdo, y por eso Kira se encontró rodeada de telas finas: lino de hilos finos, un tejido teñido con flores, y seda traída de un país lejano de Asia.

Mientras tanto, unas señoras que pasaban por la tienda empezaron a comentar.

—Ambos son tan guapos.

—¿Cómo pueden ser tan radiantes?

—Parece que están acompañando a una deidad.

Kira escuchaba estas palabras de manera intermitente y quería aclarar el malentendido. La idea de que esos dos hombres la “acompañaran” solo la ponía en una situación aún más incómoda.

Ah, Afrodita. ¿Cómo puedes pasar todo el día rodeada de tantos hombres en banquetes? Yo no lo soportaría. Kira estaba agotada con solo dos hombres hablando a su lado.

Claro, siendo una diosa inmortal, no sentiría cansancio. Pero Kira, como humana, sí lo sentía. Tal vez Artemisa, en este momento, estaría furiosa maldiciéndola por andaban con dos hombres.

Con esta situación, parecía que iba a desmayarse antes de poder comenzar la misión planeada.

Orión también era un caso. ¿Por qué no podía simplemente ignorar a Hipólito y dejarlo tranquilo? ¿Por qué estaba rebuscando en la tienda para encontrar las telas más bonitas y malgastando el dinero?

Antes sé que se diera cuenta, freente a ella, había una gran cantidad se productos exclusivos, pero Kira estaba nerviosa calculando los precios. Desde que había empezado a familiarizarse con los precios del mercado, había asumido de manera natural la responsabilidad de manejar el dinero. Aunque sabía que la fortuna de Orión era suficiente para mantener no solo a ella y a otros cinco, sino a sesenta esclavos, su hábito de ahorrar seguía siendo el mismo.

Por favor. Hoy solo necesitaba algo para usar, no quería pelear por la seda hecha por un sacerdote viejo de una isla.

—¿Por cuál te decides?

—Creo que este es el mejor, ¿no?

Kira finalmente se dio cuenta de que era hora de tomar una decisión.

Miró alternadamente a los dos hombres. Ambos sostenían un costoso pañuelo de diferente estilo.

No era difícil decidir.

La forma más clara y precisa de tomar decisiones... siempre se decidía por números.

—Dame el más barato.

Con esa fría decisión, surgió una pequeña discusión y persuasión entre los dos hombres. Kira hizo caso omiso. Si seguía así, terminaría siendo destrozada como una barca en un remolino. Lo único que había aprendido hoy al estar con ellos era una sola cosa: Nunca ceder.

—¡Silencio! ¡Ya lo he decidido! ¡El príncipe debe guardar silencio!

Kira gritó con todas sus fuerzas, apretando su estómago y garganta. Orión se encogió de hombros, cediendo. Hipólitos levantó ambas manos y se apartó.

¡Funcionó! Bien hecho. Si era necesario, debería hacer esto de nuevo. Kira repasó el aprendizaje mientras recibía el pañuelo. 

Aunque ligero, el fondo no había perdido su color, y aunque no era completamente blanco, tenía un tono amarillento, y el patrón era solo unas simples rayas primitivas.

Cuando se quitó la capa de Orión y se lo puso en la cabeza, el viento pasó por su cabello, aunque sus cuernos todavía sobresalían un poco. Por fin podía respirar.

Orión sacó unas monedas de plata y murmuró.

—Vaya… Podrías haber elegido algo mejor.

—Hoy no estoy usando mis ropas de seda. Ya me compré ropa nueva para el verano y el baúl está lleno. Todo esto pasa porque Orión sigue gastando el dinero de manera tan descuidada. Y ni siquiera has pagado por el encargo que pediste antes.

—Nuestra señorita pronto se encargará de pedir un descuento en las verduras en lugar de que sus criadas lo hagan.

Por alguna razón, Orión parecía estar disfrutando de los regaños. Aunque miraba con cierta tristeza el lino sin flor, teñido como si fuera una flor silvestre, pagó el precio sin más comentarios.

Mientras tanto, Hipólitos, al poner un poco de la seda dorada que había elegido sobre la cabeza de Kira, dijo.

—No pudiste pagarme a mí, pero ahora le das el dinero al vendedor sin dudarlo. ¿No crees que esto es un poco hiriente, además de rechazar mi gusto?

A pesar de lo que decía, su expresión era relajada. Kiea, al comprobar que su tono no era tan frío como parecía, respondió.

—No necesito un pañuelo que brille tanto. Si es por flores, tal vez lo pensaría.

El dorado siempre la hacía pensar en los adornos de los templos, en Loxias. Le recordaba al chico cuya luz emanaba desde la raíz de su cabello. También le hacía pensar en la cinta que siempre estaba atada a su cuello.

El rey George y la regente Saphira dijeron que, tan pronto como encontraran a Loxias, se lo harían saber. Sin embargo, Kira aún no había oído nada sobre dónde podría estar ese chico. El poder recién adquirido, aún en su etapa inicial, no era suficiente para reflejar los paisajes distantes en un cuenco de agua.

Al recordar, ya habían pasado varios meses desde que se separaron. Aunque había vivido toda su vida cerca de Loxias, para Kira, esos tiempos ahora se sentían como un lejano recuerdo. ¿Estará él también pensando lo mismo, en algún lugar lejano? ¿Qué pensará mientras observara a Lokira desde tan lejos? Mientras tanto, ella estaba conversando con el príncipe de Atenas, alguien con quien probablemente nunca se habría cruzado si no fuera por ese niño…

Hipólito recogió la seda que se balanceaba.

—¿De verad? Yo crecí viendo estatuas de diosas vestidas con ropas doradas. Atenas está rodeada de montañas, especialmente una gran montaña rocosa en el centro. En la cima, el palacio real y el templo protector están muy cerca.

Kira se dio cuenta de que la diosa de la que hablaba era Atenea.

—¿Atenea lleva ropa dorada?

—La mayoría de las estatuas sí. Creo que tú también mereces llevar algo dorado. Ah, o tal vez un plata puro, como la luz de la luna. Si te pones algo así y te comportas con arrogancia, yo no dudaría en arrodillarme y besarte los pies. Es una lástima que la persona encargada de tu bienestar se esté ocupando de cosas superficiales, en lugar de ocuparse de lo que realmente importa.

—¿Sigues hablando? ¿Acaso los atenienses nunca guardan silencio? Siempre están hablando sin cesar en cuanto tienen la oportunidad.

Orión intervino de inmediato. Hipólitos respondió.

—¿No crees que has estado tratando mucho tiempo con animales que no pueden hablar? Si no entiendes de ritmo y florituras, entonces serías considerado un campesino.

—¿Y qué pasa si solo es un campesino? ¡Por favor, déjenlo ya! !Si siguen discutiendo, me iré sola a casa!

Kira gritó con toda su fuerza, como lo había hecho antes, mientras apresuraba el paso. Desde atrás, Orión, alarmado, levantó la voz.

—¡Oye, espera!

Salió apresuradamente para alcanza su paso, caminando rápidamente.

—¿Por qué irías sola a casa, poniendo en peligro tu seguridad? ¡Además, también es mi casa!

—Entonces, manda a alguien para que le diga a Hatsha que baje. Orión, entra por encima de la pared.

—Tu actitud hoy me parece bastante buena. ¿Has pensado un poco en lo que te dije antes?

—Ya te he dicho que no quiero nada dorado, ni plata tampoco. ¡No necesito nada de lo que el príncipe me ofrezca!

Kira respondió tajantemente a Hipólito también. A pesar de haber gritado tanto hoy, para su sorpresa, sentía una energía renovada dentro de ella. ¿Es que gritar era bueno para la salud? Su cabeza, que estaba llena de pensamientos caóticos y ansiedad, ahora se sentía clara y despejada.

¿Será por eso? Mientras avanzaba por el callejón, su paso se sintió lleno de energía. El viento en su cabeza era refrescante, y sentía fuerza en su abdomen. Sus piernas caminaban sin vacilación. Aunque los hombres seguían a su lado y la gente alrededor aún la observaba, ya no le resultaba molesto como antes.

En lugar de seguir a los hombres, se concentró en su destino y caminó adelante. Por eso, los pensamientos dispersos que antes la atormentaban ya no la molestaban y se calmaron.

Ya había pasado por dos o tres tramos del callejón. Mientras tanto, Kira había estado dirigiendo a los hombres, obligándolos a seguirla. Los hombres, que no sabían adónde iba, empezaron a hacer preguntas.

—…¿No te sientes mejor? No hace falta que camines tan rápido, veo que te estás cansando.

—Es agradable andar sin rumbo, pero si tienes pensado un lugar, ¿podrías decirnos adónde vamos? Ya estamos casi al final del callejón.

Kira, respirando profundamente, no respondió inmediatamente. No lo hacía para hacerlos esperar, sino porque necesitaba un momento para organizar sus pensamientos.

Ya había tomado una decisión importante. Aunque Hipólito tenía la habilidad de molestar a la gente, Orión también se había comportado extraño el día de hoy.

Lo había repetido varias veces, pero hoy ellos habían acordado llevar a cabo un plan. Sin embargo, ahora se había olvidado por completo del plan y solo discutían con el príncipe de Atenas por cosas inútiles. Parecía que Hipólito estaba empeñado en irritarla.

De todos modos, esos hombres tenían que quedarse callados por un tiempo.

Por lo menos, hasta que llegara el momento adecuado para comenzar lo que haría hoy. En algún lugar apropiado, donde no dijeran nada y no crearan una atmósfera incómoda como si estuvieran pateando debajo de la mesa.

Finalmente, encontró un lugar adecuado.

Kira decidió dirigirse directamente allí.

Traducción: Claire

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