Bailando En Un Mar Legendario – Novela Capítulo 90
Capítulo de novela - 97 párrafos
En ese momento, Kira percibió cómo la expresión de Hipólito se distorsionaba. La sombra de su capucha cubría sus ojos, y el verde claro de sus pupilas, que antes era brillante, ahora se veía como el tono más oscuro que había tenido hasta ahora. Gracias a eso, Kira fue capaz de leer incluso los movimientos de su mandíbula, cubierta por la tela.
Hipólito parecía estar apretando los dientes. Su voz, al murmurar, sonaba como si estuviera masticando y escupiendo cada palabra.
—Vaya. Esto es lo que pasa cuando un par de desconocidos deciden enfrentarse…
Al escuchar ese tono áspero, que sonaba como si se estuviera raspando contra el suelo de piedra, Kira se estremeció. Su voz emanaba una energía peligrosa, tan palpable que no hacía falta usar poder mental para que Kira lo percibiera instintivamente. Sin darse cuenta, apretó los brazos aferrados a Orión con más fuerza.
Orión, al notar la reacción, la sostuvo con más firmeza. Aunque su hombro, sobre el que ella se apoyaba, vibraba con la tensión de la posible confrontación, los dedos de él alrededor de sus rodillas no temblaban ni un poco. Había una estabilidad impresionante, como si no tuviera ningún problema en soportar todo su peso con un solo brazo.
—Te lo he dicho varias veces. Ten cuidado. Si no lo haces bien, terminarás rodando por el suelo.
Orión susurró, vigilando los movimientos de su oponente. Su tono era tranquilo, completamente diferente al de antes, cuando había provocado a Hipólito.
Al escuchar eso, Kira sintió un repentino calor subiendo por su mejilla, como si su rostro se estuviera sonrojando de forma repentina. Era una sensación difícil de identificar, una emoción impredecible, como la brisa cálida de la tarde que acariciaba su nuca. Miró a Orión con esa sensación.
Seguro que él no era hijo de Poseidón, pensó.
Sin embargo, Orión era sin duda hijo de la Atlántida, un hombre nacido en la tierra del gigante que sostiene el cielo. Kira, perdida en esa reflexión, se dio cuenta de la firmeza con la que estaba siendo sostenida por su brazo. En ese momento, recordó la visión que había tenido, la imagen de la Montaña de Tira rodeada en llamas, y la proyectó sobre el hombre frente a ella.
La tarde se fue desvaneciendo poco a poco. El sol ya se había ocultado lo suficiente como para que el rostro de Hipólito se volviera casi imposible de distinguir.
Sin embargo, la vista de Kira aún no se había adaptado a la oscuridad. La multitud, que había dejado de caminar, parecía un conjunto de sombras.
Kira, intentando no prestarle atención a los pensamientos de los demás, susurró a Orión.
—Orión, ¿no vas a hacer nada?
Los dos hombres seguían distantes, mirándose fijamente sin mover un dedo. Para Kira, que no conocía el arte del combate, era un comportamiento desconcertante.
Hipólito se apoyaba en una piedra de marcado y parecía estar recuperando su postura. Sus hombros subían y bajaban ligeramente mientras tomaba aliento.
Las amazonas, listas para intervenir, se mantenían tensas, pero no parecía que fueran a actuar apresuradamente.
Orión, apretando su hacha con más firmeza, respondió.
—No digas nada innecesario. ¿No te da miedo lo que puedas decir?
—Pero si seguimos sin hacer nada...
—Ese tipo tiene buenas habilidades de lanzamiento. No sé cuántos objetos tiene aún, pero si me lanzo a atacarlo sin precaución, él también se lanzará con todo. Y si falla al darme a mí, el daño sería peor.
Orión, como siempre, hablaba con un tono frío y calculador.
Kira miró hacia Hipólito, quien señalaba a las amazonas para que se apartaran. En ese momento, se escuchó un rápido intercambio de palabras en un dialecto del norte que Kira no podía entender.
—Pero, Hipólito, antes le lanzó esas armas a Orión.
—Sí, intentó apuntar a mis piernas mientras estaba ocupado, pero fue un cálculo momentáneo. No creo que lo pensara mucho, no tuve oportunidad de darle espacio para que lo hiciera.
Orión pisó con fuerza una de las dardos que había caído a sus pies. El mango de madera se quebró con un sonido sordo.
—Probablemente ya se dio cuenta de que estuvo cerca de cometer un error. Si me llega a dar, sería un desastre.
Para probar las palabras de Orión, Hipólito exhaló lentamente. Después, se levantó de manera firme.
Kira, concentrada completamente en el segundo cazador, percibió que sus movimientos eran lentos, casi como una actuación en cámara lenta. A medida que la luz de la tarde se desvanecía y las sombras rodeaban a los demás, él seguía siendo claramente visible, como si estuviera envuelto en una luz propia.
Hipólito se quitó momentáneamente la capucha. Por un instante, hizo un gesto algo inapropiado para un príncipe. Después de un movimiento brusco, escupió lo que había quedado en su boca debido a la tensión.
Con un tono firme, ordenó en griego a las amazonas, como si esperara que Orión y Kira lo escucharan también.
—...Retírense.
Las amazonas reaccionaron rápidamente, como se esperaba.
—¡Lord Hipólito, un momento...!
—Ahora que hemos comenzado a luchar, este lugar es un campo de batalla. Aunque el joven príncipe diga que está bien, no podemos simplemente quedarnos de brazos cruzados mientras dejamos que ese gigante siga suelto.
—¡¿No les dije que se apartaran?! ¿Acaso olvidaron que llegaron aquí bajo mis ordenes y con la condición de seguirlas? ¡¿Cómo se supone que mujeres como ustedes puedan cazar una bestia sagrada sin mi ayuda?!
Kira presenció, casi por primera vez, cómo Hipólito estallaba de furia. Las amazonas parecían sorprendidas al ver su arrebato. La más joven de ellas, ofendida por la mención de las mujeres, empezó a protestar con enojo, lanzando quejas sobre los “modales de Atenas”.
Antíope reprendió a su subordinada enojada, haciendo un gesto para que las otras dos retrocedieran. Luego, con una expresión tan dura como una roca, se volvió hacia Hipólito y le preguntó.
—¿Entonces, quiere que nos retiremos, cierto?
—¡Antíope, sublíder!
—…Es un alivio tener a alguien que entiende mis palabras como sublíder. No hablen más. Si les digo que se retiren, ¡se retiran! No crean que no he pensado en nada…
Hipólito soltó estas palabras rápidamente mientras sus hombros se sacudían.
Sin embargo, Orión no dejaría pasar el momento de confusión del enemigo para hablar. Dio un paso amplio, buscando reducir la distancia que había abierto para defenderse de los proyectiles.
Kira, que no había anticipado su movimiento repentino, dejó escapar un suspiro mientras el terreno se sacudía violentamente. Cerró los ojos en un impulso, y cuando la sacudida cesó, los abrió con cautela. Al hacerlo, vio a una amazona acercándose rápidamente.
El hacha de Orión chocó con el arco de Antíope. El sonido seco de la colisión y la vibración que se propago en el aire pusieron nerviosos los sentidos de Kira.
Antíope había captado el momento exacto en que Orión inició su ataque y bloqueó su golpe antes que Hipólito, anticipando la acción. Los observadores cercanos, que parecían sombras en la oscuridad, soltaron vítores al ver la destreza de Antíope. Kira, con el corazón acelerado, gritó hacia ella.
—¡Aparta! ¡No te lastimes!
—¡Calla! ¡Es una falta de respeto a una guerrera!
Orión gritó enseguida, girando su muñeca, y volvió a atacar con su hacha.
Fue en ese momento cuando Kira comprendió por qué Orión la había regañado antes. Antíope era formidable. El hacha, con su hoja tosca, habría caído sobre su cabeza en el instante justo, pero ella logró bloquear el golpe levantando el arco.
Kira apenas podía seguir el movimiento de Antíope, tan rápido y preciso. Orión, aunque la mujer no llegaba ni a su pecho, estaba haciendo todo lo posible por dominarla.
El brazo de Antíope, que sostenía el arco, tembló por un momento. Ella echó una mirada rápida a Hipólito, quien parecía sorprendido. Después, con voz áspera, murmuró.
—¡Ves! Los hombres nunca dejan de ser testarudos, incluso después de la adolescencia. ¡Por eso dicen que las mujeres somos mejores para manejar animales tan delicados como las palabras!
Hipólito, mirando con asombro, finalmente levantó la voz.
—¡Te dije que te apartaras!
—¡Sí, por supuesto! Seguro que tienes un brillante plan en mente y conseguirás lo que quieres. Pero, mira, hijo único de mi amiga…
De repente, un rugido atronador llenó el aire y Antíope, con un giro del arco, hizo que el hacha de Orión se desvie. La luz tenue del atardecer apenas iluminaba la escena, pero el resplandor blanco de su arco brilló con fuerza. Los murmullos de la multitud casi se ahogaron en su poderosa exclamación.
—¡En el campo de batalla, las palabras no sirven para nada!
Al instante, Antíope giró de manera sorprendentemente ágil para asumir otra postura de combate. Parecía que incluso Orión, ante esta reacción inesperada, no pudo evitar detenerse por un momento. Este hizo un ruido de desaprobación y ajustó nuevamente su agarre en el hacha. Mientras intentaba presionar a su oponente con fuerza, Kira notó algo.
El campo de visión de Orión, ahora en una postura donde solo podía utilizar un brazo, estaba siendo bloqueado por ella. Estaba en una especie de punto ciego.
Kira recordó con frustración lo que había sucedido en el incidente en la peluquería. Pensó que, en el crepúsculo, si iniciaba una pelea de forma abrupta, podría darle una lección con la ayuda de Orión. Después de todo, este era su terreno, la ciudad en la que había nacido, mientras que Hipólito era un extranjero. Era claro qué lado ganarían los locales.
Pero algo aún la inquietaba.
Ambos eran humanos. No eran dioses.
En el momento en que el sol se ponía en el oeste y la luz de la luna comenzaba a cubrir el paisaje, ocurrían imprevistos: se confundían los perros con lobos y, alguna vez, la figura de Lokira evocó la de Merope. Incluso el gran cazador, con su visión nocturna, no podía evitar que sus ojos se nublaran un poco a esa hora.
Orión también era consciente de este peligro.
Sin embargo, como siempre, confiaba en que no era algo de qué preocuparse.
‘Las personas generalmente usan la mano derecha. Así que, desde mi perspectiva, se más probable que ataquen desde el lado izquierdo.’
Las palabras de Orión cruzaron por su cabezai mientras recordaba la conversación previa durante la reunión estratégica. En ese momento, Orión había intentado demostrar su punto. Extendió su mano derecha y apartó un mechón de cabello de la oreja izquierda de Kira.
‘Y cuando luchamos, no hay tiempo para filosofar. La mayoría de las personas siguen los hábitos que tienen, así que si te sostengo con mi brazo derecho, la mayoría de los ataques serán bloqueados de manera segura.’
’Entonces, Orión, tendrías que pelear con la mano izquierda. Yo ni siquiera puedo usar la mano izquierda para comer. ¿Estás bien con eso?’
La expresión de Orión se tornó traviesa, como cuando le gustaba burlarse de ella.
’Eso no es algo de lo que tengas que preocuparte. No soy tonto como para usar solo una mano cuando nací con dos. Nadie me enseñó a comer con la mano izquierda, ni me pegaban por usarla.’
Así había dicho Orión. Mientras él la abrazaba con su brazo derecho, Kira estaba segura de que estaría a salvo de casi todos los ataques.
¡Pero ahora, Antíope…!
Kira percibió de inmediato una intención peligrosa en ella, y vio algo destellar en su mano izquierda, mientras parecía arreglar su cabello peinado al estilo griego. Instintivamente, el poder mental de Kira disparó hacia Orión.
[¡Orión, mira su mano izquierda!]
Orión reaccionó rápidamente. Antes de que el eco de su mente desapareciera, giró y lanzó una patada con su pierna derecha. El gran pie de Orión impactó de lleno en la mano izquierda de Antíope, elevando el objeto que ella había tomado.
Antíope probablemente había disfrazado la aguja como un adorno para el cabello. El objeto se transformó en una sombra sobre el cielo morado, girando varias veces. En medio de la multitud, el ruido de las advertencias de "¡esquiva!" resonaba por todos lados.
Pero no era momento de prestar atención a tales ruidos. En cuanto Orión retiró el pie, bajó su hacha con fuerza.
—¡Ugh...!
Antíope logró detener el golpe con su arco, pero esta vez no pudo evitar la presión. A pesar de morderse los dientes y resistir, no debió ser fácil para ella.
La razón por la que las Amazonas, una tribu matriarcal, podían superar las diferencias físicas entre hombres y mujeres era su habilidad en la equitación. Sin embargo, en esta ciudad de colinas estrechas, no podía montar su caballo.
Además, por muy musculosa que estuviera entrenada, y aunque tuviera muslos curtidos por años de viajes por el continente, enfrentarse a Orión, que era mucho más fuerte, era un desafío enorme.
—¡Maldita sea, un campesino del sur...!
Finalmente, Antíope soltó un insulto.
En su mente, lo despreciaba. Decía ser un famoso cazador del Egeo, pero, al final, era solo un niño inmaduro. Incluso si gritaba que era hijo de Poseidón en una pequeña isla, no pasaba de ser solo propaganda exagerada.
En cambio, ella misma había crecido viendo a su amiga, que se decía era descendiente de Ares.
Hipólita. En los ojos de Antíope, ella era una guerrera sin igual, una genio inalcanzable.
La líder era una guerrera nata, una reina de la guerra. En una época crítica, cuando estaba en juego si una pequeña tribu nómada podría convertirse en una gran fuerza, impulsó una estrategia audaz de migración continental. Las guerreras del norte que ella lideraba, junto con su manada de caballos, cruzaron todo tipo de tierras y lograron innumerables victorias.
Antíope había estado a su lado en su juventud. Pensaba que tenía suficiente experiencia. Juntas, habían hecho un largo viaje desde Asia hacia Europa. Habían cruzado el continente y guiado a sus tropas hasta las profundidades de la península griega. En esos tiempos, había presenciado al joven Teseo, un hombre que sin duda mostraba el porte de un héroe.
Lo había visto tanto, lo había vivido tanto, que en este momento, Antíope podía tomar la decisión más precisa de todas.
No importaba el género cuando se hablaba de este cazador.
Este hombre era tan grande y fuerte que se lo podría considerar entre los más imponentes de la humanidad. Y a Antíope, con solo haberlo presenciado una vez, le recordaba a alguien tan poderoso como Hércules en su apogeo.
Traducción: Claire
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