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La Emperatriz Se Volvió A Casar – Novela Capítulo 102

Capítulo de novela - 69 párrafos

—Su Alteza. Lady Mullaney ha llegado y lo espera en el salón.

Heinley estaba sentado en su cama revisando una lista de propiedades. Alzó la vista hacia McKenna y luego dejó la lista con el ceño fruncido.

—¿Quién es Lady Mullaney?

—La duodécima candidata a reina. Debería conocerla.

Heinley suspiró. Sus días últimamente eran así. McKenna traía a una joven noble de una familia conocida y respetada para que se reuniera con él. Heinley pensaba que la mitad de ellas parecían pertenecer a la misma familia. Como se rumoreaba, no estaba interesado en ninguna de ellas.

—¿No es momento de detener esto, McKenna?

—Podemos detenernos una vez que haya elegido una Reina.

Heinley volvió a suspirar, pero no discutió. Sabía mejor que nadie que las razones de McKenna estaban justificadas.

—No necesito casarme por al menos uno o dos años más.

—Sería mejor si fuera antes, Su Alteza.

—…quizás tengas razón. De lo contrario, mi cuñada quedaría en una posición incómoda.

Cuando ocurría un cambio generacional, se daban muchos cambios significativos. Afortunadamente, la gente estaba más abierta a los cambios en ese momento, y era un período crucial donde la nueva Reina organizaría la corte a su manera. Heinley era cercano a Christa y estaba acostumbrado al sistema y métodos que ella había establecido cuando fue Reina. Sin embargo, si el sistema de Christa permanecía demasiado tiempo después de que Heinley se convirtiera en Rey, sería difícil para la nueva Reina realizar cambios. Esa era la razón por la que McKenna estaba preocupado.

Heinley se levantó con una expresión sombría en el rostro.

—Está bien, iré. Aunque diga que no, debo verla. No hay razón para crear resentimientos innecesarios.

—Por supuesto.

McKenna ayudó rápidamente a Heinley a ponerse la chaqueta.

—¿Pero por qué seguía mirando la lista de propiedades?

—Para crear un nuevo título de caballería.

—¿Un título?

—Sí. Tendrá un nombre agradable.

—Y será otorgado a los caballeros más valientes y leales.

—¿Será necesario? ¿No hay ya muchos buenos caballeros?

—Siempre necesitamos talento, McKenna. ¿Quién sabe si en unos años habrá tan pocos caballeros que podrías contarlos con una mano?

—Entiendo.

—Si creo un título muy codiciado, los caballeros competirán por él. Una de las virtudes será la lealtad, lo cual me beneficia naturalmente.

—La cuestión es cómo hacerlo deseable…

Heinley se detuvo de repente, levantando la mano para señalarle a McKenna que guardara silencio. McKenna tenía una expresión desconcertada, pero pronto se dio cuenta de lo que Heinley estaba haciendo.

Mientras hablaban, llegaron al salón donde Lady Mullaney esperaba. Se escuchaban voces bajas desde el interior de la habitación. Heinley se acercó sigilosamente a la entrada.

—¿No dije nada que no pudiera decir, verdad?

—Fue bastante impertinente.

—Lo siento, Christa, pero ya no eres la Reina, ¿Me equivoco?

—El puesto está vacante, pero soy la más cercana a él en este momento.

—No lo creo. Eres la más alejada. Ningún noble puede sentarse en ese trono.

—Nadie puede contradecirme hasta que llegue una nueva Reina. Y aunque tuviera que dar un paso atrás, seguiría siendo la antigua Reina. ¿Debo escuchar tales palabras de usted, Lady Mullaney?

—Tú fuiste la que vino primero y me dio todo tipo de órdenes.

—Puedo decir eso a cualquiera que entre en mi casa.

—Esta no es tu casa, ¿Verdad, Christa?

—¿...qué?

—No eres la madre del Rey, y si sigues quedándote en el palacio real, te sentirás incómoda con la nueva Reina. Seguirás comportándote como si fueras la Reina reinante.

—¡Lady Mullaney!

—En el pasado, tus predecesoras se retiraban a la mansión de Compshire. Esa es la costumbre.

Parecía haber una discusión entre Lady Mullaney y la reina Christa. McKenna murmuró, mitad asombrado y mitad sorprendido.

—Realmente es hija de un noble.

Cuando el nuevo Rey heredaba el trono tras la muerte del anterior, la posición de la Reina anterior tampoco se ignoraba. Si era la madre del Rey, se le honraba más que al propio rey, pero si no lo era, esta política tenía como propósito bloquear el poder de la Reina anterior. Por eso Wharton III le había pedido a Heinley que cuidara de Christa, por temor a que chocara con quien ascendiera al poder.

—Me siento mal por Christa, pero así es como se distribuye el poder.

Heinley tocó la puerta en lugar de responder a McKenna. Al escuchar el sonido, las personas dentro de la habitación dejaron de hablar de inmediato.

Heinley abrió la puerta y Lady Mullaney y Christa parecían sorprendidas. Heinley las saludó a ambas con su habitual sonrisa. McKenna hizo una señal a Christa para que saliera, dejando solo a los otros dos en la habitación. Sin embargo, antes de que Christa se fuera, Heinley habló primero con Lady Mullaney.

—Lo que dijo, Lady Mullaney. Lo escuché todo.

Los ojos de Lady Mullaney se abrieron de sorpresa, al igual que los de Christa. McKenna abrió la boca para protestar por las palabras de Heinley, pero este continuó antes de que pudiera decir algo.

—Es un problema realista, Lady Mullaney. Pero no es asunto suyo.

Se puso sutilmente del lado de Christa.

Lady Mullaney hizo una pausa, luego asintió murmurando y sonrió de nuevo. Hizo una reverencia formal y se marchó.

Sin embargo, la tensión no se disipó ni después de que ella abandonara la habitación. Christa parecía profundamente avergonzada, y McKenna se pasó la mano por el cabello con un gruñido frustrado. No parecía contento de que Heinley hubiera dejado ir a Lady Mullaney sin siquiera hablar con ella cinco minutos.

—Su Alteza, le digo que… es demasiado.

—¿Por dejarla ir?

—No puede sacarse a la Emperatriz Navier de la cabeza.

—Dices eso, pero eres tú quien no puede olvidar a las otras nobles, ¿Verdad?

—Su Alteza, por su propio bien…

—No por el mío, sino por el de las nobles.

—Aunque tengas prisa por elegir una Reina, unos días no bastarán para integrarla adecuadamente. Ahora tengo la coronación y varios asuntos más que organizar. Encarguémonos de eso primero.

Heinley le dio unas palmaditas en el hombro a McKenna y salió del salón. Probablemente regresaba a su dormitorio a revisar la lista de propiedades nuevamente. McKenna lo alcanzó y bajó la voz a un susurro.

—Si desea a la Emperatriz como su Reina, tendrá que hacer la guerra para conseguirla.

Heinley se sobresaltó.

—Por supuesto, la guerra ocurrirá algún día. Pero la gente no recibirá bien a una Reina que trajo la guerra.

Heinley no dijo nada más. Entró a su dormitorio, pero en lugar de mirar la lista de propiedades, se sentó en su escritorio, sacó papel y pluma y comenzó a escribir.

Traducido por: Valiz

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