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La Emperatriz Se Volvió A Casar – Novela Capítulo 114

Capítulo de novela - 91 párrafos

Rivetti caminaba por el pasillo blanco con una expresión soñadora.

Hasta ahora, solo había visto el retrato de la Emperatriz, pero hoy la había visto de cerca, sentada y tomando té frente a ella. La Emperatriz incluso le había sonreído e invitado a otra reunión para tomar el té unos días después. Para Rivetti, esto era mucho más emocionante que una nueva mansión espectacular y un sinfín de sirvientes.

—Debería hornear unas galletas para la reunión. Estoy segura de que a la Emperatriz le gustarán. ¡Las galletas de Rivetti son las mejores del mundo!

Sin embargo, su buen ánimo se desvaneció tan pronto como vio a Rashta al otro extremo del pasillo. Rashta estaba allí, con los brazos cruzados, aparentemente esperando a Rivetti.

—¿Qué quieres?

Rivetti se saltó el saludo mientras sus ojos recorrían a la antigua esclava. Rashta siempre había sido hermosa, pero ahora realmente parecía un ángel.

Sin embargo, Rivetti no estaba impresionada. Había odiado a Rashta desde que Alan comenzó una relación con ella, y ese sentimiento no había cambiado, aunque la pareja ya no estuviera junta.

—¿Te reuniste con la Emperatriz?

Rashta albergaba sentimientos similares hacia Rivetti, ignorando los saludos y yendo directo al grano.

—¿La Emperatriz? Tus palabras son muy breves.

—¿Qué le dijiste?

—Sigue siendo breve.

—¿Qué le dijiste?

—No importa. ¿Y qué?

—¿...hablaste?

—¿Hablar de qué?

Rashta no pudo decir las palabras: Sobre tu hermano y el bebé, y apretó los labios.

Una sonrisa arrogante se extendió por el rostro de Rivetti. Sabía lo que Rashta quería decir y notó que, a pesar de que Rashta ahora era la amante del Emperador, seguía encadenada a su pasado. Si ese pasado se revelaba, podría destruirla.

—No sé de qué hablas, Rashta. No te preocupes demasiado.

Rivetti le dedicó una sonrisa burlona.

—¿Por qué habría de hablar de ti con Su Majestad la Emperatriz? No vales nada.

Las mejillas de Rashta se tiñeron de rojo por la ira ante el insulto.

—¿No valgo nada?

—Así como estar con mi hermano no te hizo noble, estar con el Emperador no te convertirá en realeza.

Una risa burlona escapó de los labios de Rivetti.

La furia de Rashta estalló, y abofeteó a Rivetti en la mejilla antes de darse cuenta de lo que hacía.

Rivetti soltó un grito de sorpresa.

—¡Estás loca!

Rivetti levantó la mano para devolver el golpe, pero Rashta se encogió y cubrió su vientre.

Rivetti se detuvo. Tal como su padre, el Vizconde Roteschu, había observado, Rivetti era una chica inteligente. Recordó de quién era el bebé que Rashta llevaba y apretó los dientes. Podían lanzarse insultos, pero no podían pelear físicamente. Por mucho que los nobles se burlaran de Rashta, ella seguía siendo la concubina del Emperador, y llevaba a su hijo.

—Incluso con violencia sigues siendo despreciable. ¡Despreciable!

La ira de Rashta volvió a crecer. Sin embargo, lamentaba haber abofeteado a Rivetti, no porque sintiera culpa, sino porque temía cómo reaccionaría el Vizconde Roteschu. Él adoraba terriblemente a su hija.

Las dos mujeres se miraron con ferocidad. Finalmente, el encuentro terminó cuando Rivetti pasó junto a Rashta.

—¿Qué debo hacer…?

Rivetti finalmente desapareció y Rashta mordió nerviosamente su pulgar. Rivetti seguramente le contaría a su padre que Rashta la había golpeado, y luego el Vizconde Roteschu vendría a exigir más dinero…

Rashta no podía contarle su versión a Sovieshu. Encima de todo, aún tenía que conseguir un vestido de debutante para esa arrogante y horrible Rivetti.

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—¿Se divirtió hoy?

Estaba cenando con Sovieshu. Él habló mientras yo mezclaba mi ensalada con el aderezo.

—Escuché que invitó a algunos nobles a una reunión. ¿Cómo le fue?

¿Estaba siendo sarcástico porque no invité a Rashta? ¿O porque invité a la hija del Vizconde Roteschu?

En este momento, sin embargo, Sovieshu no parecía molesto ni desdeñoso. Simplemente cortaba el pescado en su plato.

—Sí, me sentí bastante renovada después.

Respondí con normalidad en lugar de mencionar a Lady Rivetti. Sovieshu asintió.

—Sí. Debería invitar a personas que le agraden y pasar más tiempo con ellas. Está demasiado ocupada con el trabajo, así que es bueno tomarse un descanso de vez en cuando.

—Lo haré.

—No olvide que su bienestar es el bienestar del país.

Respondí con normalidad, pero observé a Sovieshu con cautela. Últimamente habíamos estado en una guerra de nervios, pero ahora su actitud era similar a antes de que Rashta apareciera.

¿Por qué actúa así?

¿Había cambiado Sovieshu de estrategia? ¿En lugar de obligarme a tratar bien a Rashta, decidió dar el ejemplo? Quizás pensaba que si él me trataba bien, yo sería más amable con Rashta también.

Le di vueltas a varias teorías en mi mente, pero no pude resolver el enigma que era Sovieshu. En cambio, decidí hablar de trabajo.

—Escuché que la oficina de los magos solicitó que enviáramos un gran erudito. ¿Es cierto?

—Escuchó bien.

Técnicamente, los asuntos relacionados con la oficina de magos y los grandes eruditos no eran de mi jurisdicción. Sin embargo, el ejército de magos era el bastión de poder del Emperador, y cualquier problema con ellos era motivo de preocupación.

—¿Es por la disminución de magos?

Sovieshu se presionó la frente con una expresión sombría.

—Hasta ahora, no está claro si el número de magos nacidos está disminuyendo. Pero hay un informe que afirma que un mago puede volverse no mágico de repente.

—¿Es eso cierto?

—Tendré que confirmarlo yo mismo.

Era lo mejor, ya que no era raro que alguien afirmara ser mago como parte de un engaño.

Asentí pensativa y consideré las circunstancias si fuera cierto. Los leales a la corona tenían permitido un cierto número de soldados privados y cierta autonomía dentro de la ley. Sin embargo, ningún señor podía contratar magos. Ese privilegio era exclusivamente de la Familia Imperial, la fuente de poder que hacía que los nobles se inclinaran ante el Emperador.

Pero si hubiera menos magos...

—Emperatriz.

Sovieshu interrumpió mis pensamientos en voz baja. Lo miré y me hizo una petición inesperada.

—Sonría una vez.

¿Qué ocasión era esta? Le sonreí como me pidió.

—…no, no así.

Sin embargo, no estaba satisfecho. Negó con la cabeza y lo intentó de nuevo.

—No una sonrisa practicada frente al espejo. Muéstreme una verdadera.

Cuando fruncí el ceño, Sovieshu hizo un gesto, pretendiendo levantarme las comisuras de los labios.

—Antes sonreía bien.

¿Qué quería decir? Lo observé y él suspiró con cansancio.

—Sonreía desde el fondo de su corazón.

—Sigo sonriendo desde el fondo de mi corazón.

—¿En serio?

—De verdad estoy sonriendo.

—Me refiero al placer que viene de una verdadera alegría.

—Entonces primero debería haber alegría y felicidad, ¿No?

Para mi sorpresa, Sovieshu asintió.

—Sí, debe ser por algo alegre.

Hizo sonar una campana en la mesa. Pronto apareció un sirviente empujando un carrito con una tapa plateada.

—Ábralo.

Cuando lo hice, encontré un anillo de plata adentro.

—¿Le gusta?

—¿Es un regalo?

—Sí. ¿No tiene nada más que decir?

—Gracias.

Traducido por: Valiz

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