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La Emperatriz Se Volvió A Casar – Novela Capítulo 415:Debo ir (2)

Capítulo de novela - 82 párrafos

No sabía si realmente sería toda una semana, pero lo cierto es que Heinley había evitado todo contacto físico durante varios días.

Honestamente, no me asustaban las maldiciones enviadas por la Familia Zemensia, a diferencia de Heinley.

Sin embargo, he tenido pesadillas.

No había tenido pesadillas así desde mi divorcio. Volvieron después del incidente en el que mi bebé y yo casi morimos. En estas pesadillas siempre miraba hacia arriba con miedo.

Si Heinley hubiera estado a mi lado para cuidarme durante este tiempo, me habría sentido más segura y tranquila. Sin embargo, Heinley aún me evitaba como si tuviera una enfermedad contagiosa.

—Su Majestad, ¿Ha escuchado? Se ha difundido la noticia de que Rashta ha muerto.

—Rashta…

—Sí, se suicidó en la torre donde estaba encerrada después de ser depuesta…

La noticia de la muerte de Rashta me hizo sentir incómoda.

Laura fue quien me dio la noticia. Ella también odiaba mucho a Rashta, pero mientras hablaba, parecía perturbada.

No era fácil hablar mal de una persona muerta.

—Oh, eso es una noticia maravillosa.

Aun así, la Condesa Jubel no sintió nada de eso.

—Es un alivio no tener que inclinarme ante ella cuando regrese al Imperio Oriental.

Laura asintió con una expresión seria y preguntó:

—¿Qué hará ahora Su Majestad Sovieshu? ¿Se volverá a casar?

Mientras el gobernante de un país permanezca soltero, habrá presión por todos lados para que se case. Cada día será más agotador y difícil. Sovieshu desea profundamente tener hijos propios, así que creo que se casará de nuevo pronto.

Después de hablar sobre Rashta durante unas tres horas, comí una comida ligera, me acosté en la cama y junté las manos, sintiéndome algo inquieta.

En el Imperio Oriental solía refugiarme en el trabajo siempre que atravesaba un momento difícil. Me gustaba distraerme con el trabajo, para que al reconsiderar mis asuntos personales, pudiera ser lo más objetiva posible.

Pero ahora no podía trabajar toda la noche para relajarme porque estaba en proceso de recuperación y además embarazada.

Heinley tampoco me daba fuerzas en este momento.

Mientras intentaba dormir, sentí una gran mano acariciando mi cabello. Cuando abrí los ojos vi a Heinley. Parecía que mis pensamientos y emociones finalmente le habían llegado.

—¿Mi Reina?

Intenté llamar su nombre. Me sorprendió sentir su toque después de tanto tiempo. No me había tocado por miedo a las supersticiones. ¿Tiene el valor ahora? Cuando ese pensamiento cruzó mi mente, ya no sentí sueño.

Hablé fríamente,

—Dijiste que no querías tocarme.

Heinley se rió y lo negó.

—Nunca dije que no quisiera, Mi Reina.

—¿Ya no te preocupa tocarme?

—Mi Reina parecía sufrir.

—Yo no sufrí en lo más mínimo.

—Pero yo sí sufrí.

—¿Por qué tienes esa expresión tan triste?

—¿Yo? No, no estoy triste. Es solo que me siento inquieta porque han pasado muchas cosas de golpe.

Me costaba entender mis propias palabras porque mi voz se volvió ronca. Tosí para aclararme la garganta y Heinley subió las sábanas para cubrirme. Cuando tosí de nuevo, Heinley puso su mano sobre mi frente con una expresión preocupada.

—¿Te has resfriado?

Mi tos no era por un resfriado, pero me sentía feliz de tener a Heinley tan cerca de mí. Heinley siguió haciéndome preguntas sobre mi salud, y yo las respondí somnolienta mientras apoyaba la cabeza en su pecho.

—Mi Reina.

Heinley habló con cierta seriedad.

—Haz lo que desees.

—¿Por qué dices eso?

—Creo que estás triste.

—Bueno, según lo que he investigado, hay momentos en los que una mujer embarazada se pone triste…

¿En serio?

Heinley examinó mi expresión y preguntó,

—¿Quieres ir de picnic? ¿O ver las joyas que están en exhibición en la Sala de Gemas? ¿O prefieres ver mi colección privada de joyas, Mi Reina? Eso te hará sentir mucho mejor.

—Umm, no lo sé.

—¿Qué tal un paseo en bote? ¿O deberíamos invitar a una compañía de teatro para que represente una obra aquí en el palacio?

Al principio no me convencía. Pero mientras escuchaba a Heinley, poco a poco comencé a estar de acuerdo. Lo que necesitaba ahora era mantener mi mente ocupada.

—Entonces, Heinley…

—Dime, Mi Reina.

—Me gustaría trabajar.

—¿...lo que quieres hacer para sentirte mejor es… trabajar?

—Sí. No me exigiré demasiado.

La expresión de Heinley se volvió ambigua, con trazos de tristeza y dolor.

—¿Heinley?

Acaricié las comisuras de sus ojos con mis dedos, y él tomó mi mano y la presionó contra su mejilla, entrecerrando los ojos mientras murmuraba,

—Sería muy feliz si McKenna me dijera que quiere trabajar el doble en lugar de holgazanear. Pero viniendo de Mi Reina, me duele en el corazón.

Eso fue un poco gracioso… pero al menos Heinley me entendía. Parecía darse cuenta de que por mucho tiempo que me obligaran a descansar, no me ayudaría a recuperarme.

Al día siguiente, Heinley convocó al médico del palacio y a McKenna. Los cuatro pasamos dos horas determinando qué tipo de trabajo podría hacer sin mucho esfuerzo.

Esa tarde, por fin pude participar en una reunión.

Fue sin duda una medicina efectiva, en contraste con dar un paseo o sentarme en una silla sin motivo. Mientras los funcionarios expresaban sus opiniones en voz alta, discutiendo con tanto fervor que se les marcaban las venas y pasaban papeles frenéticamente de un lado a otro, yo llevaba el control de la agenda de la reunión y anotaba las conclusiones.

El canciller, que estaba a cargo de dirigir la reunión, de repente frunció el ceño justo antes de llegar al último punto de la agenda.

—¿Qué sucede?

Ante la pregunta de Heinley, el canciller alzó las cejas y me miró rápidamente.

¿Por qué me mira?

—¿Canciller?

Heinley habló con dureza, como si encontrara inaceptable la actitud del canciller.

—Oh, perdóneme.

El canciller tosió un par de veces y luego se disculpó.

—Hemos recibido una solicitud del pueblo minero de Yorne. Cada año, hay una inundación por estas fechas…

¿Una inundación? ¿Por qué el canciller se detuvo?

El canciller me miró de nuevo.

¿Por qué me mira? ¿Tiene la intención de culparme por la inundación?

Mientras lo miraba, desconcertada, Heinley se aclaró la garganta brevemente y golpeó los reposabrazos de su trono.

El canciller se sobresaltó y se apresuró a continuar,

—Han oído que Su Majestad es una gran maga de hielo, así que han pedido a Su Majestad que les ayude con Su magia.

¿Una Gran Maga de Hielo? ¿...yo?

Traducido por: Valiz

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