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La Emperatriz Se Volvió A Casar – Novela Capítulo 443:Trueno (2)

Capítulo de novela - 93 párrafos

Capítulo 443 - Trueno (2)

—También pospongamos las audiencias programadas para la tarde.

Las audiencias son uno de mis deberes diarios, pero el mal tiempo era una razón válida para hacer una excepción, así que mis asistentes estuvieron de acuerdo con mi decisión.

Después de terminar rápidamente los asuntos importantes en mi oficina, me dirigí directamente al dormitorio matrimonial. En este dormitorio, completamente aislado del estruendo de los truenos, Heinley dormía pacíficamente como un hermoso ángel. Incluso su cabello desordenado lo hacía ver encantador.

Le acaricié las mejillas un par de veces y le susurré al oído.

—Heinley.

Su cuerpo se estremeció de inmediato y sus pestañas temblaron. Luego abrió sus ojos púrpuras, que tanto amaba.

—¿Mi reina? Navier.

Extendió su mano mientras me llamaba con voz somnolienta. Me jaló suavemente por la nuca hacia él y besó mi clavícula, cuello y barbilla.

—¿Por qué no dormiste más?

Echó un vistazo al reloj y se pasó la mano por los ojos.

—Todavía es temprano.

Anoche, Heinley me había dicho que planeaba dormir hasta tarde porque no tenía trabajo en la mañana. Ahora, no parecía querer despertarse.

—Heinley, ¿Aún no te entregaron un mensaje?

—¿Un mensaje? ¿Era urgente?

—Parecía urgente.

—No me han dicho nada… puede que McKenna haya decidido contármelo después.

Mi asistente había corrido a mi oficina con el rostro pálido antes de la hora habitual, y durante una tormenta, solo para informarme. ¿McKenna decidió por su cuenta que no era un asunto urgente? Eso lo hacía aún más sospechoso.

Después de que le pregunté a mi asistente si había algo que yo no supiera sobre el encarcelamiento del Gran Duque Lilteang, se mostró desconcertado y no pudo responder. Me suplicó que entendiera que estaba en una posición en la que no podía darme esa respuesta.

Así que me dirigí directamente a Heinley.

—Despiértate ya.

Cuando le quité las cobijas, Heinley se aferró a mis piernas con el ceño fruncido.

—¿Eh? ¿Qué pasa, mi Reina?

—Escuché que el Gran Duque Lilteang escapó.

—¿El Gran Duque?

Heinley levantó un poco la cabeza, sorprendido, pero luego volvió a recostarse en mi regazo con una sonrisa.

—Lo castigaste con la aprobación del Emperador Sovieshu, así que no debería haber ningún problema, ¿Verdad?

—Así es.

Su sedoso cabello se deslizaba entre mis dedos. Después de acariciarlo un rato, coloqué una mano en cada mejilla y las apreté con fuerza.

—Entonces, ¿Por qué mi asistente estaba tan pálido? ¿Eh, Heinley? ¿Cuál podría ser la razón?

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—Dijiste que dormirías hasta tarde. ¿Te caíste de la cama? Debes haberte levantado hace poco porque aún tienes las marcas de la almohada en toda la mejilla.

Cuando Heinley entró a la oficina, sus mejillas estaban visiblemente enrojecidas e hinchadas. McKenna se rió de él con las manos en el estómago. Heinley apretó los dientes mientras reprimía las ganas de obligar a McKenna a transformarse en ave, atarle una cinta bonita en las alas y lanzarlo por la ventana.

—Escuché que el Gran Duque Lilteang escapó.

Al mencionar al Gran Duque, McKenna se volvió inmediatamente serio.

—Alguien debió ayudarlo a escapar de la torre. Los indicios indican que recibió ayuda desde el exterior.

—Deberías habérmelo dicho.

—No quise decírselo mientras ustedes dormían porque temía que a la Emperatriz le pareciera extraño. Su Majestad Navier podría haberse dado cuenta de que había un problema grave.

Heinley resopló. Si Navier no se hubiera levantado temprano y no hubiera ido a su oficina, si su fiel asistente no hubiese corrido a informarle, Heinley realmente habría estado agradecido por la consideración de McKenna.

—¿Qué pasa?

Preguntó McKenna preocupado al notar la expresión abatida de Heinley.

—Un asistente de mi Reina se lo contó muy temprano. Mi Reina me despertó porque notó que algo extraño ocurría.

McKenna frunció el ceño.

—¿La Emperatriz ya lo sabe? ¿Su Majestad le contó… sobre la naturaleza del castigo?

Heinley se cubrió el rostro con las manos.

—Sí. ¿Y si mi Reina piensa que soy una basura y ya no puede soportar estar cerca de mí?

—Lo va a desechar…

—¡McKenna!

Cuando estaban a punto de empezar a pelear, el canciller, que había permanecido en silencio todo el tiempo, carraspeó para hacer notar su presencia.

—Hemos ordenado a los caballeros que investiguen quién lo ayudó a escapar y lo rastreen. También se instruyó al Segundo Cuerpo de la Guardia para bloquear el camino que lleva a la capital e investigar a quienes entraron y salieron alrededor del momento de la fuga. Así que no debe preocuparse, Su Majestad.

—Buen trabajo.

Entonces Heinley dio algunas instrucciones más y miró pensativo por la ventana.

La lluvia torrencial no mostraba señales de detenerse, así que parecía de noche afuera, aunque ni siquiera era mediodía.

—¿En qué piensa, Su Majestad?

—¿Y el Emperador Sovieshu?

—A menos que esté involucrado, aún no sabría sobre la fuga. Si lo ordena, la investigación continuará en secreto para evitar que se entere.

Heinley ya lo había pensado, así que negó con la cabeza.

—No, prefiero reunirme con él para discutirlo.

—¿Su Majestad?

—Vale la pena recordarle que la decisión de encerrar al Gran Duque Lilteang en el Imperio Occidental fue tomada por ambos.

Dicho eso, Heinley llamó a un sirviente y ordenó,

—Pídele al Emperador Sovieshu que almuerce conmigo.

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Heinley hablará con Sovieshu.

Aunque el castigo de Heinley había sido bastante cruel, el Gran Duque Lilteang había provocado un incidente en el que un niño inocente pudo haber perdido la vida.

El Emperador Sovieshu probablemente querría que el asunto se resolviera sin alboroto, y sería posible fingir que la fuga simplemente no ocurrió. El Gran Duque sería capturado y encarcelado de nuevo, o Sovieshu se lo llevaría en silencio. Estaría bien sin importar qué conclusión se alcanzara. Debería estar en su interés evitar un escándalo para preservar el honor del Imperio del Este.

La incertidumbre era cómo reaccionaría el Sovieshu actual. Probablemente no sepa que accedió a permitir que el Imperio Occidental castigara al Gran Duque, a menos que el Marqués Karl ya lo haya informado. Aun así, podría enfadarse por el castigo cruel infligido a un noble de alto rango de su país.

Reflexioné largo y tendido, pero este asunto escapaba a mi control.

Eventualmente, me obligué a centrar mi atención en el libro infantil abierto sobre mi regazo. No era bueno para la educación de mi bebé imaginar a una persona con la boca cosida y una piedra dentro. Por eso, decidí distraerme y purificar mi mente leyendo historias felices.

—¡No me gusta esto!

Laura gritó de repente mientras se tapaba los oídos y su cuerpo temblaba con el estruendo del trueno. De pronto me vinieron recuerdos que me hicieron reír. Laura bajó las manos y preguntó,

—¿Su Majestad, qué pasó? ¿Qué pasó? ¿Pensó en algo gracioso?

La Condesa Jubel le lanzó a Laura una mirada severa, pero Laura insistió con ojos brillantes.

—¿Qué pasó? ¿Qué pasó?

—No es nada especial. Solo recordé que mi hermano le tenía miedo a los truenos cuando era niño.

—¿Lord Koshar?

No sabía si aún le temía. No pasábamos suficiente tiempo juntos como para saberlo.

—Nunca lo habría imaginado.

Casi al mismo tiempo, Mastas dijo,

—Yo sí me lo imagino.

Laura y Mastas se miraron entre sí, desconcertadas por sus comentarios contradictorios.

Me incliné por la reacción de Laura. El comentario de Mastas era extraño.

Mastas nos miró como si estuviéramos siendo injustas, y explicó:

—A simple vista parece débil y vulnerable. ¿No es comprensible que le tenga miedo a los truenos?

¿Mastas está hablando de mi hermano? Como si pensara lo mismo, Laura preguntó en voz baja si tenía otro hermano.

Con una sonrisa, confirmé que Koshar es mi único hermano. Mastas se puso aún más triste porque mis otras damas de compañía tampoco compartían su opinión sobre mi hermano.

La situación era muy graciosa. Rose apretó los labios con fuerza mientras sus hombros temblaban.

En medio de las risas y el bullicio, alguien golpeó con prisa la puerta del salón.

La habitación quedó en silencio y Laura se dirigió hacia la puerta.

Traducido por: Valiz

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