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La Emperatriz Se Volvió A Casar – Novela Capítulo 447:Insoportable (2)

Capítulo de novela - 102 párrafos

Capítulo 447 - Insoportable (2)

El Gran Duque Lilteang aún no había sido encontrado. Cuando le hablé por primera vez a Heinley sobre la fuga, parecía más preocupado de que yo descubriera su trato cruel hacia el Gran Duque. En cuanto a recapturar al Gran Duque, no parecía inquietarle.

Sin embargo, contrario a lo esperado, resultó difícil encontrar alguna pista sobre su paradero.

Heinley había estado muy callado estos días, incluso ahora que me acompañaba en mi paseo habitual por el jardín. Caminaba a mi lado con una expresión distraída y pensativa.

Era insoportable verlo así, así que le froté los hombros con suavidad.

—Heinley, ¿Estás bien?

Finalmente me miró y respondió con una sonrisa.

—Por supuesto. Estoy seguro de que pronto lo encontraremos, Mi Reina.

—Esa es la actitud, Su Majestad.

Heinley soltó una risita y frotó su frente contra la mía.

—Mi Reina, eres encantadora. Es tan enternecedor cuando te expresas con naturalidad.

¿De verdad era momento para esto? En cualquier caso, me sentí satisfecha de que mis palabras parecieran reconfortarlo.

Cuando McKenna lo llamó desde lejos, Heinley me agradeció por el agradable paseo, me besó en la mejilla y se marchó. Lo observé regresar al palacio y sólo me di la vuelta cuando ya no pude verlo. Esperaba que el Gran Duque fuera capturado pronto, por el bien de la tranquilidad de Heinley.

Cuando continué mi paseo sola, vi a Sovieshu. Se acercó a mí tan pronto como me vio. Como no podía simplemente ignorarlo, le asentí con la cabeza y me dirigí en otra dirección.

Sin embargo, Sovieshu me siguió e intentó caminar a mi lado.

Me desvié en dirección contraria, pero él volvió a girar para permanecer a mi lado. Finalmente me detuve y lo enfrenté con enojo. Él también se detuvo y me miró a los ojos.

Si fuera un insecto, ya lo habría aplastado. ¿Qué intentaba hacer siguiéndome?

—Navier, estás siendo engañada.

—Sé que fui engañada. Por usted.

Me alejé rápidamente, pero no pude deshacerme de él. Acompasó su paso al mío y empezó a hablar de nuevo.

—Navier. ¿Sabes quién es realmente el Emperador Heinley?

—Sí, lo sé.

—Aún no lo conoces.

—Lo conozco mejor que usted.

—Cuando descubras qué clase de persona es, no querrás estar cerca de él.

—Váyase. No quiero oír sus tonterías.

A pesar de mi rudeza y mi mirada fulminante, no se fue.

—Qué ojos tan hermosos. Siempre han sido hermosos, pero ahora lo son aún más.

—¡No me hable así!

Era inútil hablarle.

—Piénsalo, Navier. Cometí un error, pero prometí amarte por siempre. ¿Y ese sinvergüenza? Se casó contigo poco después de conocerte. ¿No sabes lo que eso significa? Se enamoró de tu apariencia, nada más. ¿Cómo puedes creer que su amor durará para siempre?

Es indignante… que él, precisamente él, me diga algo así. Llena de furia, congelé la hierba bajo Sovieshu.

—Tu poder es tal como tú.

—Heinley no se divorciará de mí. No lo compare con usted.

—Su amor por ti se acabará, y tú estarás triste.

—¿No ve que estoy embarazada? Estoy esperando un hijo de Heinley.

—Espero que el bebé se parezca a ti.

—No importa lo que diga, nada podría hacerme querer volver a su lado.

Me di la vuelta de inmediato.

—No vuelva a hablar de esto.

Me fui molesta, pero Sovieshu pronto me alcanzó.

—Navier, puedo aceptar al bebé como mío.

—El bebé también puede reconocerme como padre. Aún no sabe quién es su padre.

Mientras lo miraba atónita, Sovieshu sonrió con orgullo, y eso me enfureció. Alcé la voz y hablé con toda la frialdad de la que fui capaz.

—¿Qué le pasa? Dijo antes que ya había renunciado. ¿Por qué no puede dejarlo ir?

—Descubrí que tu esposo no es un buen hombre. ¿Y renunciar? No fui yo quien renunció.

—Heinley puede tener defectos como cualquiera, pero es mejor hombre que usted.

—Abre los ojos, Navier. Tu enojo no te deja escucharme. No se trata solo de Heinley, el pueblo del Imperio Occidental…

—¿Qué pasa con el pueblo del Imperio Occidental?

—…olvídalo.

—Digalo. ¿Qué pasa con mi pueblo?

Sovieshu de repente no quiso hablar. Probablemente porque en realidad no tenía nada que decir.

—Si ya terminó con su supuesta recuperación, entonces regrese al Imperio Oriental y ocúpese de sus propios asuntos. Aún tiene que idear una forma de conservar el puerto que tontamente prometió a otro país.

Antes de poder oír la respuesta de Sovieshu, uno de mis asistentes gritó mientras se acercaba corriendo a mí.

—¡Su Majestad! ¡Su Majestad! Un miembro… un miembro de los Caballeros Transnacionales ha venido a verla.

—¿Los Caballeros Transnacionales? ¿Se refiere al Vizconde Langdel?

—¿El Vizconde Langdel es un Caballero Transnacional?

Preguntó Sovieshu sorprendido. Le hice un gesto para que guardara silencio y me volví hacia mi asistente. Afortunadamente, mi asistente no prestó atención a la pregunta de Sovieshu.

—No es el Vizconde Langdel. Es otra persona.

—¿Otra persona?

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Seguí a mi asistente hasta la pequeña sala donde recibía a los invitados. Cuando entré, vi a un hombre de cabello plateado vestido con un uniforme blanco como la nieve, que estaba de espaldas a mí.

—Debe de ser la Señora del Vizconde Langdel. He oído hablar de usted.

Al oír mi voz, el hombre se giró para mirarme.

Era un hombre apuesto, con ojos largos y estrechos como los de un zorro. Se presentó con una sonrisa astuta.

—Dama Navier. Soy Ángel, Comandante de la 4ª División de los Caballeros Transnacionales.

Luego hizo una reverencia.

Este debía ser el hombre del que me había advertido el Vizconde Langdel. No había duda. Me preguntaba qué favor vendría a pedirme.

Acepté su saludo de manera formal por ahora. Sin embargo, los Caballeros Transnacionales no solían hacer visitas con intenciones amistosas. Es la razón por la que todos se sorprendieron tanto de que el Vizconde Langdel decidiera ser mi caballero personal.

¿Por qué ha venido este hombre aquí?

Me sentía algo nerviosa, pero mi asistente parecía aún más tenso, pues tenía los puños apretados.

—Traiganos té y galletas.

Una vez que di la orden, mi asistente salió apresuradamente de la sala.

—Tome asiento.

Cuando señalé el sofá, el 4º Comandante, que había esperado de pie, finalmente se sentó.

Me senté frente a él y lo observé. Era un hombre apuesto, con rasgos zorrunos, una sonrisa juguetona, buena postura y hombros anchos. Como Comandante de los Caballeros Transnacionales, su destreza en artes marciales debía ser excepcional.

Me llamaron la atención sus guantes blancos. Parecía que nunca se los quitaba, ni siquiera en interiores.

A simple vista, no parecía una mala persona. Pero si tomo en cuenta la mala reputación de los Caballeros Transnacionales y la advertencia del Vizconde Langdel a través de un mensajero, no hay duda de que es un hombre del que debo tener cuidado.

Cuando nuestras miradas se cruzaron mientras lo examinaba, soltó una risita y habló sin apartar los ojos de mí.

—Es usted muy observadora.

En ese momento, mi asistente regresó con el té y se marchó de nuevo tras colocarlo todo sobre la mesa.

El 4º Comandante levantó su taza de té, aún con los guantes blancos puestos. Cerró los ojos como si estuviera saboreando el té.

Luego dejó la taza sobre la mesa y habló amablemente, como si quisiera tranquilizarme.

—No tiene por qué estar ansiosa, Dama Navier. Sólo he venido a pedirle un favor como Señora del Comandante de la 5ª División.

¿Ha venido a pedirme un favor como Señora del Comandante de la 5ª División, no como Emperatriz del Imperio Occidental?

—¿Qué favor?

El Vizconde Langdel ya me había dicho cómo responder, pero tenía que preguntar de todas formas. Además, sentía curiosidad.

—Verá, en el camino hasta aquí…

El 4º Comandante no respondió directamente.

¿De qué está hablando?

—Me crucé con un hombre terriblemente delgado. Vaya, tenía la boca llena de heridas. Daba miedo solo mirarlo.

Aunque entrecerré los ojos, el 4º Comandante me miró mientras levantaba su taza de té. Su sonrisa se volvió tan amplia que se reflejaba en sus ojos. Luego susurró, como un niño que cuenta un secreto.

—Tenía puntos de sutura alrededor de la boca. Parecía que se la habían cosido.

El Gran Duque Lilteang vino de inmediato a mi mente. Mientras lo miraba, ocultando mi sorpresa, finalmente hizo su petición.

—Estoy a cargo de varias misiones al mismo tiempo, así que estoy un poco corto de personal ahora mismo. Dama Navier, si está de acuerdo, a cambio del Gran Duque Lilteang—ups.

El 4º Comandante se dio un golpecito en la boca como si se hubiera equivocado, y formuló su petición con una sonrisa ladeada.

—¿Podría prestarme la 5ª División?

Me quedé atónita. ¿Se puede llamar a esto una petición? Parece más bien un chantaje. Si le presto la 5ª División, entonces me dirá dónde podemos encontrar al Gran Duque Lilteang.

Traducido por: Valiz

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