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La Emperatriz Se Volvió A Casar Novela capítulo 74

—Hable despacio, Duquesa.

Apreté su mano mientras hablaba con voz tranquilizadora. La Duquesa me miró, sus grandes ojos reflejaban dolor.

—No irá a juicio, Su Majestad.

—¿Ningún juicio?

—El caso del Vizconde no llegará al juez principal.

El juez principal era uno de los defensores de la Duquesa. Si se lo había dicho en secreto, era probable que fuera cierto.

—¿Por qué? Ah, ¿Es porque la señorita Rashta está embarazada?

La Duquesa mordió su labio y asintió.

—Sí. Creo que el Emperador no acusará al Vizconde Langdel de intento de asesinato contra esa mujer, sino de haber puesto en peligro la vida de un bebé real.

En ese caso, la ejecución sería el desenlace indiscutible para el Vizconde Langdel. Sovieshu querría que ocurriera de cualquier forma. Si el caso llegaba al juez principal, Sovieshu se preocuparía por lo que el Vizconde Langdel podría decir en un tribunal abierto.

—He escuchado que, después de apuñalar aesa mujer, él gritaba.

—Sí.

—El Vizconde Langdel...

La Duquesa tomó una respiración profunda y me miró con ojos suplicantes.

—El Vizconde Langdel es un joven recto. No haría esto sin una razón.

—...

—Lo sé. Incluso si tenía una razón, no debería haber apuñalado a nadie. Pero al menos intente conseguirle un juicio. ¡De esa manera, podrá defenderse...!

Una lágrima escapó del ojo de la Duquesa Tuania y resbaló por su mejilla. Debía de ser doloroso que un hombre que defendió su honor ahora estuviera bajo amenaza de ejecución. En el pasado, el hermano del Duque Tuania se había quitado la vida por su amor hacia la Duquesa. Ella nunca lo mostró, pero el incidente pudo haber sido traumático para ella.

—Estaba considerando hablar con él personalmente.

Le froté la espalda y esperé hasta que se calmara un poco, y la Duquesa me miró con los ojos redondeados.

—¿Lo hará?

Asentí en afirmación.

—También tengo mis propias sospechas.

—¿Se refiere a...?

—Sospechaba que la señorita Rashta estaba tratando de desacreditarte.

—¿Entonces el rumor es cierto?

—Lo averiguaré por mí misma.

La Duquesa Tuania apretó los puños.

—Ahora mismo, el Emperador está fuera. No creo que envíe al Vizconde Langdel a juicio, pero no se preocupe, visitaré al Vizconde.

—Gracias. Gracias, Su Majestad.

La Duquesa inhaló profundamente. Le ofrecí mi pañuelo, pero ella simplemente lo tomó en la mano sin secarse las lágrimas. Tras un largo momento, lo dobló y preguntó:

—¿Puedo quedármelo?

¿Un pañuelo?

—Sí.

A pesar de mi desconcierto, accedí. La Duquesa guardó el pañuelo y soltó un pesado suspiro. Sus siguientes palabras me dieron algo de claridad.

—Independientemente de lo que ocurra con el Vizconde Langdel... le pagaré este acto de bondad algún día.

—¿Bondad? No diga eso. No es suficiente para llamarse bondad.

—Me tendió la mano en mi momento más difícil. Eso es bondad.

La Duquesa me miró por un momento.

—¿Puedo abrazarla una vez?

Asentí, y ella se inclinó y rodeó mis hombros con sus brazos, frotándome la espalda como si quisiera consolarme. Luego se apartó. La miré con curiosidad, pero ella simplemente sonrió y se puso de pie.

Sin dar explicaciones, la Duquesa Tuania hizo una elegante reverencia y salió de la habitación.

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Al día siguiente.

Envié a uno de mis caballeros a investigar la situación del Vizconde Langdel. El caballero regresó antes de lo esperado, justo antes del mediodía.

—La interrogación del Vizconde Langdel ha terminado, y el Emperador ha tomado una decisión, Su Majestad.

—¿Cuál es?

—Será sentenciado a muerte.

Realmente sucederá...

—Gracias por informarme.

Salí de mi oficina y me dirigí directamente a la prisión donde se encontraba el Vizconde Langdel. Los guardias parecieron sorprendidos de verme, pero no me impidieron entrar. Sovieshu no debió haberles dado órdenes en contra.

Había seis habitaciones en el primer piso de la prisión donde se retenía a los nobles, cinco de las cuales estaban vacías. Me dirigí a la única celda ocupada. Aunque había barrotes, la celda estaba amueblada como una habitación ordinaria.

El Vizconde Langdel estaba sentado con la cabeza entre las manos y la levantó débilmente al escuchar mis pasos. Sus ojos se abrieron con sorpresa y, al intentar ponerse de pie, tambaleó y cayó contra los barrotes. A medida que mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, noté que su rostro estaba magullado y que un hilo de sangre goteaba de sus labios partidos.

—Lo siento, Su Majestad. Debería inclinarme, pero mis piernas no responden.

—Está bien. No necesita inclinarse.

Recordé cuando una vez se había visto tan feliz como un niño al ser elegido por la Duquesa en el baile de Año Nuevo. Ahora estaba en una cárcel oscura, un hombre golpeado y roto.

Pero ¿Por qué está sonriendo?

Mi pregunta pronto tuvo respuesta.

—¿Todos están hablando de lo que esa mujer le hizo a la Duquesa ahora?

—¡...!

El Vizconde Langdel murmuró entre sus labios rotos.

—Grité. Todos saben, grité fuerte.

—...

—Visconde. Será ejecutado sin juicio.

—¡...!

—¿Lo entiende?

—¿Hay una forma de salvarme?

—La hay.

Traducido por: Valiz

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